Jorge Raad


Puede decirse sin temor a equivocación que los colombianos en alguna etapa de su vida han estado ligados a algún juego, lo que se vuelve más certero en su niñez. En la penumbra delos recuerdos puede encontrar momentos de placidez cuando solitaria o colectivamente se divertía ya sea utilizando objetos o simplemente tenían sus diversiones entre familiares o amigos.
Muchos lo hacían al aire libre en el parque, las rondas, en la calle, dentro de los límites de la casa propia o vecina, en el patio, las habitaciones, la sala, el comedor, en los pasillos o en los sótanos.
Antaño, cosas simples proporcionaban placer al manipularlas: trompos, yoyos, aros, carretas de hilo adaptadas, pequeñas vajillas, muñecas y muñecos de diferentes tamaños, formas y colores que luego emitían especies de gemidos o lágrimas y las pelotas de todos los materiales y tamaños.
Casi nadie se acuerda de las bolas de cristal, los corozos o algunos vegetales como las semillas de frutas o flores especiales. Las batallas navales, aéreas o terrestres sobre papel cuadriculado eran fantásticas. Jugar con arena, tierra o barro era un entretenimiento sin par.
Juegos de sala o comedor como el parqués, la baraja española, las damas, -chinas para evitar confusiones-, el otrora llamado bololó y el ajedrez encaminados por sus padres, maestros o mayores.
Todo ello evolucionó hacia lo eléctrico utilizando pilas en las muñecas, los carritos, trenes, barcos o aviones. Luego irrumpió lo electrónico en lo cual hay maravillas para la niñez o la juventud contemporánea que producen inmensas ganas de jugar sin límite de espacio, tiempo y lugar. Sin embargo, regresar a la juventud no es sencillo aunque no imposible, pero el tiempo es inexorable y hay que adaptarse para evitar las ridículas inconsistencias y las depresiones. Ahora son pelotas de marca.
El escritor Bruno Martín acaba de referirse a los hallazgos y declaraciones de la antropóloga Michelle Langley, con respecto a la cultura Magdaleniense en Isturitz, Francia. Entre hace 14 a 21 mil años se encontró una figura tallada que aparenta un león de 10 centímetros de largo que pudo ser una pieza ritual o un juguete, y se le conoce como el león de Isturitz.
Otra arqueóloga, Alba Menéndez hace énfasis en que las mujeres y los niños no eran sujeto de estudios directos de los arqueólogos y por lo tanto los objetos de ellos eran ignorados en los proyectos de investigación.
Ahora que se piensa en niños aparecen otras piezas cuya utilidad no había sido descifrada antes, pero que paulatinamente pensando en niños, se va encontrando. La dominancia de género en algunas culturas es total.
Los niños de la antigüedad aprendían de sus padres y con el tiempo iban heredando haciendo sus propios instrumentos de juego derivados de la imitación de sus mayores.
León de Isturitz
Se han encontrado muchos objetos en diferentes sitios arqueológicos del planeta, donde los hallazgos se someten a un profundo estudio con el fin de determinar si lo que se examina corresponde a verdaderos juguetes o simplemente son elementos desechados por los mayores y que fueron utilizados por los menores, como por ejemplo las cerámicas y lanzas.
Hay creencia errónea que muchas cosas se inventaron en los siglos XVIII y siguientes, pero ya existían 10 mil años antes, cuando se pulían discos de hueso, se perforaban y se jugaba con ellos.
De nuevo viene la idea de si pequeñas figuras fueron objetos de uso ritual o simplemente eran juguetes, como los soldaditos de yeso, barro o materiales más complejos. Hoy son de plomo, hierro o aluminio.
¿Cómo serán los juegos del futuro? ¿Qué papel jugará la tecnología avasalladora de hoy, para los supuestos arqueólogos de esa época? ¿Será mejor regresar al inolvidable salto de la cuerda o al juego sagaz del escondite? Hoy en la cuna se encuentra el celular del nene, ¡Con música! Buen comienzo.
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