Jorge Raad


Todos los seres humanos al menos han tenido una oportunidad relacionada con cualquier aspecto de su vida. Sin embargo, analizando el promedio de hechos a los que se enfrenta cada persona, este se encuentra muy por encima de mil, contados a partir de su concepción hasta su muerte.
Sin embargo, el devenir total de la vida de una persona no está ligado únicamente a las oportunidades, de tal manera que el éxito o triunfo de sus obras no siempre se debe a la oportunidad que tuvo de acción u omisión.
Es importante que cada persona tenga la lucidez para entender el momento de su accionar o para abstraerse de participar en un evento cualquiera.
En el estudio de una hoja de vida, así de sencillo, pueden evidenciarse las oportunidades que ha tenido un ciudadano para ejercer una o varias actividades. Distinto son los resultados, los cuales merecen análisis profundos. El solo ser titular de un cargo o de una misión, por cualquier tiempo y en cualquier época de la vida, no le concede la calificación de acertado.
Las elecciones que acaban de pasar para decidir los congresistas de Colombia, 2022-2026, y separadamente para indagar sobre algunos de los precandidatos a la Presidencia de la República, se ubican dentro del concepto de la oportunidad que los ciudadanos les otorgaron a los elegidos para que cumplan con sus promesas.
Para cada persona electa, la decisión a su favor y la obtención de los dinteles legales que le dan derecho a un cupo en el Congreso o un espacio en la competencia electoral por la presidencia del país, significan un logro. Sin embargo, la historia revela que no todos los elegidos, legal o ilegalmente, a través de la vida republicana para ser congresistas o presidentes, han sido consecuentes con la oportunidad recibida del pueblo colombiano.
La oportunidad solicitada por todos los aspirantes implica que pidieron el apoyo electoral y cada uno anunció, explícita o implícitamente, que tenía las capacidades para hacer una labor excelsa en bien de todos, según los escritos, voces e imágenes que cada quien propaló.
El otorgamiento de una oportunidad solicitada implica que el beneficiario debe cumplir con lo prometido. Cierto; no todo podrá obtenerse pero es la obligación de cada elegido hacer todo lo que esté a su alcance para consumar su promesa y si ello no es posible, porque puede suceder a pesar de los esfuerzos, los electores deben ser informados con la verdad y la oportunidad, sin subterfugios y disculpas baladíes.
De otro lado, los ciudadanos, una vez consignado su voto y enterados de los resultados, entran en una etapa de somnolencia aberrante por cuanto, en términos generales, no exigen formalmente a quien eligió que cumpla con lo prometido. Aunque la decisión personal es crucial, el tiempo va marchitando la relación elector-elegido, hasta los preliminares aconteceres de la nueva elección a cuatro años de distancia.
Un fenómeno reconocido son las diferentes estrategias que emplean los aspirantes a las mayorías electorales y las que utilizan o exigen quienes comprometen su voto de manera abierta u oculta. Por estas conductas que no se compadecen con la socorrida y anhelada democracia, los electores no tienen conciencia del valor intrínseco del voto, el cual no debería tener ninguna recompensa material, lo que iría en contra de la Constitución.
¿Si vendió el voto que puede reclamar? Nada; porque ya fue pagado y se rompe el compromiso elector-elegido. Los ciudadanos son los responsables, aunque existan excepciones, por quienes los dirigen. Esta es una premisa antiquísima que se olvida y se vuelve a olvidar y no se aprende.
Nota: Aún en el jardín veleidades no todo vale.
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