Jorge Raad


No por repetido es menos importante, ni por novedoso es la apoteosis de la educación. Desde todos los ángulos gubernamentales, académicos y sociales, el hecho del retorno a la enseñanza de la historia en la formación de los estudiantes, del primer curso al once, ha sido motivo de regocijo.
Algunos han llegado a ridiculizar la determinación que indica que los estudiantes deben recibir en primer lugar instrucción sobre Historia de Colombia, que relata los hechos que han constituido la historia del país desde los tiempos de la prehistoria, la cual se ignora de manera general.
La formación la irá adquiriendo el estudiante a lo largo de sus lecturas, análisis personales, conversatorios y cualquier otro medio que le permita confrontar los relatos con la realidad vivida por los antepasados y sus efectos sobre la actualidad y el bosquejo de un probable futuro.
La educación superior debe incluir en sus currículos obligatorios el conocimiento y el análisis de la Historia Patria. No es justificable que un profesional ignore el tema y además no haya formado su criterio, basado en realidades, sobre el devenir del país. Para entender cabalmente la actualidad debe conocer los antecedentes y ellos no son otra cosa que la historia, contada desde todos los enfoques no solo el político sino el administrativo y todas las otras variables que implica vivir en comunidad en medio de un entorno local, regional y nacional.
No hay tema en la formación de una persona en donde la historia no ocupe un espacio, aún sea reducido en contenido y controversial.
Los ciudadanos deben conocer la historia de una manera veraz y para ello tienen que evitarse los sesgos que han influenciado el conocimiento de la historia del país. Enfoques dirigidos exclusivamente desde las perspectivas política, económica, religiosa, administrativa, social, y de cuanta teoría ficticia trate de desviar los sucesos reales, son nocivos.
Sin embargo, hay que aceptar que los docentes de Historia de Colombia pueden tener sus propias convicciones sobre la forma como se construyeron los hechos y establecer su impacto en la época moderna. Es natural y además deseable reconocer su identidad sobre la historia, porque no existen seres humanos totalmente neutros y además si existieran no podrían conducir o facilitar un análisis o conversatorio sobre los sucesos reales de la historia, debido a que no imprime la visión de facetas, como toda historia, en las cuales él puede estar inmerso.
Lo que no le está permitido a un docente de historia es que conociendo la realidad, tergiverse los acontecimientos. Los hechos de la Historia han sido narrados por diferentes, importantes y creíbles historiadores, que son investigadores, pensadores y analistas. Los docentes tienen la obligación de instruirse continuamente. Aún, si ellos han recibido formación especial en esa temática.
La historia, cualquiera que sea, debe estar inmersa en los eventos previos y coetáneos correspondientes a otras actividades de la vida de las personas, sin olvidar el entorno humano.
Los docentes de cualquier temática deben ser seres superiores y de ello debe ser consciente plenamente la sociedad y ellos mismos deben apropiarse de su papel fundamental en el desarrollo de la vida de las personas y de las instituciones.
En un país que busca la excelsitud de la educación, traducida ella en formar ciudadanos con inmenso e indeclinable compromiso social, no deben existir los paros en este sector. Las políticas educativas de un país como Colombia deben ser definidas por consenso y universales en lo básico. La educación no es una actividad exclusiva del gobierno, legisladores, iglesias, educadores, administrativos de la academia o de autores de texto. No, es una actividad que le compete a toda la sociedad organizada, por lo que debe exigir y vigilar.
Las políticas de Estado en educación deben cumplirse sin atenuantes y para ello los gobiernos deben aportar suficientemente, no solo lo financiero. La educación no debe mendigar nada. Todos deben cumplir con sus papeles sin atenuantes. La educación no puede estar al vaivén de los intereses transitorios de las personas.
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