En la asamblea de la ONU, Gustavo Petro hizo una afirmación que puede compartirse pero que debe explicarse: la guerra contra las drogas ha fracasado, dijo. Porque su consumo, lejos de reducirse, se ha ampliado y ha generado gran corrupción y mucha violencia. Pero también es cierto que ese fracaso es relativo, si se tiene en cuenta que ha enriquecido a los narcotraficantes, a productores y comerciantes de los precursores químicos con que se fabrica la cocaína y a intermediarios financieros.
Y le ha servido a Estados Unidos, el gran poder que impone una prohibición que le sirve a sus intereses económicos, políticos y militares globales.
Así lo prueba el Plan Colombia definido por Washington, que nos impuso el TLC que destruye el agro y empuja a los pobres del campo a cultivar coca, más una carta de intención proprivatizaciones con el FMI y hasta el proceso de paz con la Farc (ver enlace), más una estrategia que no se propuso acabar con el consumo de cocaína sino reducirlo a la mitad, para encarecerla en las calles norteamericanas, y que así, dijeron, se consumiera menos. Una “solución” de mercado, aunque suene cómico.
Insinuó el presidente Petro que la deforestación del Amazonas tiene como causa principal los cultivos de coca, error que los conocedores ya refutaron porque la coca explica apenas el 7,5 por ciento de la deforestación nacional y el Amazonas –Putumayo, más específicamente– aporta una porción minoritaria de esos plantíos. Le tocará buscar otro pretexto para meter tropas norteamericanas en esa importantísima región de Colombia y América.
Entre paréntesis, otro día detallaré cómo es que la deforestación tiene como causa primerísima la apropiación ilegal de las tierras baldías del Estado y la especulación inmobiliaria que así se desata.
Aunque haya confundido a algunos, muy mal le salió comparar la cocaína con el petróleo, el carbón y el gas, y para declarar a estos como peores, porque de entrada violó la enseñanza escolar de que no se comparan papayas con aguacates. Otra vez el sofista, que de la cocaína y el cambio climático saca una conclusión falsa.
Que hay que hacer una transición energética no debe generar dudas. Pero hay que hacerla correctamente. Porque si se hace mal, por ejemplo, eliminando el consumo de los combustibles fósiles sin haberles hallado sustitutos viables, habría la peor catástrofe ambiental posible: la de los seres humanos, víctimas de crisis económicas, sociales y políticas de proporciones inimaginables.
Nada de lo positivo del mundo de hoy –incluidas las democracias que reemplazaron a los poderes feudales– habría ocurrido sin la Revolución Industrial y sin el carbón, el petróleo y el gas que le aportan la energía a las máquinas herramientas, multiplicando por muchas veces la fuerza muscular que mueve las herramientas simples. Es más: si los seres humanos ya somos 8.000 millones –incluidos cada uno de nosotros–, es porque hay cómo alimentarnos y ello sería imposible sin la maquinaria agrícola y los grandes transportes y sin los fertilizantes, los agroquímicos, el acero, el cemento y los plásticos, entre otros bienes derivados de los combustibles fósiles o que requieren de ellos para fabricarse.
Que no se nos endilgue más a los colombianos que somos responsables del calentamiento global. Porque aportamos menos del 0,8 por ciento de los gases de efecto invernadero del mundo y el 60 por ciento de ese aporte no proviene de la quema de combustibles fósiles sino de actividades rurales como la deforestación.
Que el mundo desarrollado asuma la responsabilidad que le corresponde.
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