Jorge Enrique Robledo


Estas elecciones aparecen como las más enredadas de la historia de Colombia. Pero si se analizan los aspectos principales se entiende que la decisión se limita a escoger entre continuismo o cambio y a si nos resignamos a caer o no en la celada de escoger entre los candidatos de “los mismos con las mismas”, conocidos hoy como Centro Democrático y Unidad Nacional, incluyendo en el santismo a unos que fueron sus contradictores. De ahí que quieran obligarnos a votar por el que diga Uribe o Santos o Pastrana o Samper o Gaviria, como en una pesadilla en la que el horror se repite y se repite por toda la eternidad y en la que, sin importar quién gane la jefatura del Estado, siempre ganan “los mismos” y sus compañeros de negocios en contra del progreso nacional.
El eje de la engañifa es el mismo que con éxito usaron en la elección del 2014 y en varias de las anteriores: que el debate sobre el drama de la violencia y del proceso de paz impida hablar sobre los demás problemas nacionales -pobreza y desempleo, dependencia, ambiente, crisis de la salud, la educación, el agro y la industria y en especial la gran corrupción-, para que sobre ellos poco a nada se discuta y, ante todo, no se juzgue la responsabilidad política en estos desastres y los “mismos con las mismas” puedan presentarse con una capacidad de engaño cero kilómetros, parapetados en la consabida lista de mercado de sus falsas soluciones y como si estuviéramos en el primer día de la creación.
Y no es que sobre el proceso de paz no pueda debatirse, pues esa es una controversia natural. Lo que se desenmascara es el truco de volverlo pelea de perros y gatos, de insultos y mentiras, para llenar de odio y de miedo al país, mientras los ideólogos de la maniobra ocultan que, si se exceptúa el proceso de paz, en nada medular antagonizan las cúpulas de la Unidad Nacional y el Centro Democrático, como lo atestiguan incontables hechos, al igual que sus votaciones conjuntas en el Senado y la Cámara en los últimos cuatro años.
En efecto, si se exceptúan las leyes del proceso de paz y la reforma tributaria, todas las peores reformas legales del santismo -incluido allí, como es obvio, el ahora escurridizo vargasllerismo- fueron aprobadas por el uribismo. Además existe un hecho que cualquiera puede constatar: Santos continuó la mala política económica de Uribe y no pocos de los altos funcionarios actuales, por ejemplo, han trabajado en los dos gobiernos. Y las pésimas decisiones sobre Reficar y Ecopetrol son compartidas, al igual que lo sucedido con Odebrecht-Corficolombiana, donde el uno firmó el contrato de la Ruta del Sol II y el otro le hizo la adición al de Ocaña-Gamarra.
Como una posición diferente, la Coalición Colombia -Polo Democrático, Alianza Verde y Compromiso Ciudadano, más todos los colombianos sin distingos sociales y políticos que quieran darle un giro democrático al país-, con Sergio Fajardo a la cabeza, no va a caer en la trampa de convertir las elecciones presidenciales en una repetición estéril de la campaña del Sí y el No, como desean “los mismos”. Y también luchamos para que el país supere la astuta y extrema polarización que nos quieren imponer para reducir la controversia política a la falacia de que quien no sea uribista es castro-chavista y quien no sea santista es paramilitar. Todo para que no puedan tratarse a fondo las causas de los problemas nacionales y no permitir poner en el primer plano el debate sobre cómo derrotar el sistema de corrupción prevaleciente, el cual nos arrebata toda posibilidad de salir de la trampa de atraso y desigualdad social a la que nos tienen sometidos, por lo que han hecho o por lo que no han hecho, “los mismos con las mismas”, en especial desde el gobierno de César Gaviria.
Por las características de la Coalición Colombia y de Sergio Fajardo, puede afirmarse que esta es la mejor posibilidad de vencer a los candidatos de “los mismos”, como lo confirma el gran respaldo que les están dando tantos colombianos y los ataques de las barras bravas de los contrincantes.
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