El sinsabor no termina. Después de una campaña tan irritante, desvergonzada, desgastante, agresiva y violenta, los colombianos de todas las vertientes políticas aún no nos reponemos de los desastres causados y de la miseria que quedó en el campo de batalla. Y me refiero, lógicamente, al campo moral, a la desolación y a las lesiones personales y grupales que se infligieron en todos los bandos en contienda.
¿Qué quedó después de esta barbarie? Un país dividido en dos mitades exactas que hay que manejar con delicadas pinzas y acabar de una vez por todas con el revanchismo, los ataques miserables y los desafíos soberbios. Porque si bien una de esas dos mitades del país obtuvo el poder, y su triunfo le fue reconocido por el contendor vencido, quien entra a gobernar sabe muy bien que tiene a un país entero con ojos avizores y voluntad de escrutinio permanente. Hay millones de colombianos expectantes y esperanzados en que las decisiones que se tomen sean las que conduzcan a cumplir las promesas de campaña (algunas demasiado ilusas o peligrosas) y, de no hacerlo, las protestas, descomposición del orden social, vandalismo público, violencia urbana y rural y demás atrocidades que aún nos atormentan la memoria, resurgirán precisamente de sus huestes, pues han sido entrenadas para ello y el nuevo gobierno sabe que se le pueden convertir en un bumerang.
Y mientras tanto nosotros, los vencidos el domingo pasado y que aceptamos la derrota con dignidad, nos tenemos que dedicar a redoblar el trabajo, los esfuerzos, la lucha y la estabilidad social, empresarial, económica y laboral porque, de no hacerlo, estaremos contribuyendo a desangrar más a Colombia y a acabar con las posibilidades de conservar la estabilidad que aún tenemos. Los derrotados estamos llamados a defender la democracia, las libertades, la estabilidad jurídica y económica y a estar vigilantes de que estas condiciones no se vulneren; somos medio país que, empoderado y unido, se vuelve el mejor dique de contención para evitar los desastres que predijimos y que, por el bienestar del país, ojalá estuviéramos equivocados.
Ya habrá tiempo para asimilar la nueva realidad de Colombia, y para analizar los cambios que se vayan presentando. Por ahora, solo rogamos que el ánimo de concertación anunciado sea real y que podamos encontrar sensatez en el gobierno, firmeza y racionalidad en la oposición, y acuerdos honestos en el desarrollo político. ¡Esto es lo que hay, y nada nos ganamos con renegar y seguir con los ánimos caldeados y violentos! ¡Pa´delante Colombia!
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El anuncio de la participación activa de Mauricio Lizcano como protagonista en el empalme con el presidente Duque, y su segura vinculación al Gobierno Nacional en el próximo cuatrienio, debería ser motivo de esperanza para los caldenses, pues nada mejor que tener las puertas abiertas y a un representante local que pueda apoyar los grandes proyectos y obras que Caldas tanto necesita. Pero, curiosamente, y empezando por los más enconados petristas y quienes se dedicaron a agredir en la prensa a sus contrarios, y a maltratar en los demás escenarios a quienes pensamos diferente, hoy se duelen por la figuración de su paisano en las altas esferas nacionales.
¿Esperaban acaso que Petro sacara del sombrero personajes inéditos para que lo acompañaran, cuando su campaña estuvo protagonizada por los más reconocidos caciques políticos del país? Aterra sí que se muestren disgustados, haciendo honor a esa cultura de la envidia que nos mueve en esta región, y a esa maledicencia que nos acompaña y que nos atrofia el desarrollo y los grandes proyectos que emprendemos.
Para Caldas es un honor que la representación en el nuevo gobierno sea de esta magnitud; y debería ser una esperanza tener a una persona joven, con aspiraciones futuras y con fuerza política dentro del poder central, para que nos ayude a desempantanar tanto proyecto que se encuentra casi archivado por falta de impulso y gestión. En medio de la incertidumbre debería ser un aliciente tener a quien acudir, independientemente del partido en el que milite Mauricio Lizcano, y de los celos que su protagonismo pueda causar en sus rivales regionales. ¡El reto es grande!
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