Jorge Enrique Pava


Nuestro país está lleno de incoherencias. Y a diario suceden cosas que parecen extraídas del mundo de lo absurdo pero que, producto del agotamiento de nuestra capacidad de asombro y reacción, las aceptamos sin chistar por el solo hecho de provenir de la izquierda:
En 2006 ganó el No en el referendo dejando sin sustento popular los acuerdos Farc-Santos y, en la práctica, se asumió como si el triunfo hubiera sido por el Sí. ¡Hoy nos dolemos de las consecuencias!
Se realizó una supuesta consulta anticorrupción en agosto de este año; la perdieron sus promotores por amplia mayoría y, aún derrotados, siguen exigiendo que se cumpla lo negado en las urnas, llamándolo como “mandato del pueblo”. (¡El mandato fue negar las siete propuestas!).
La izquierda pierde las elecciones presidenciales por una inmensa diferencia y pretende que el Gobierno asuma sus políticas, les pida permiso para sus nombramientos, se doblegue ante sus absurdos, y dependa de ellos para gobernar.
Las mayorías en el Congreso de la República son ampliamente favorables al Gobierno Nacional y la izquierda se duele porque no puede imponer su voluntad. ¡Bendita la democracia!
Citan al ministro Carrasquilla a control político en el Senado y sale triunfador; lo citan entonces a moción de censura en la Cámara e igualmente sale victorioso. Y la reacción de esa izquierda incoherente y derrotada es exigir la renuncia del ministro triunfador, o su destitución. Es decir: si no ganan en la democracia, tienen que ganar con los hechos.
Participan activamente en los ocho años de desgreño administrativo, corrupción, mermelada y desgobierno de Santos y pretenden que el nuevo presidente, en dos meses, tenga la solución de una Colombia sumida en la anarquía. Y, adicionalmente, buscan impedir todos los actos del presidente Duque y sabotean sus acciones.
La Corte Constitucional expide una sentencia que afecta, entre otros, a Gustavo Petro, y pretenden revolcar el país antes que acogerse a la ley y asumir los mandatos de la institucionalidad. (¡Vaca ladrona no olvida el portillo!).
Los estudiantes exigen mejorar el presupuesto en la universidad pública, se concerta un aumento presupuestal significativo; pero aún así persisten en su “lucha” y van a terminar perjudicando a miles de estudiantes cuyo objetivo real es terminar su carrera y ejercer su profesión. (A propósito: ¿cuál es la función, o la misión, o el encargo de cientos de estudiantes que llevan en la universidad pública 10 o 12 años cursando una o dos materias por semestre, y no les interesa terminar sus estudios? ¿No son esos mismos quienes encabezan las revueltas estudiantiles, son expertos encapuchados y duchos en grafitis y mítines?).
Las Farc en el Congreso, en ejercicio de unas curules injustamente otorgadas, posan de decentes, honorables y se convierten en adalides de la moral y la ética. ¿Se les olvida acaso que no han hecho entrega de los niños secuestrados, de los inmensos capitales encaletados, de las armas manchadas de sangre inocente y de las rutas del narcotráfico? ¿Se les olvida acaso las violaciones a menores, los asesinatos selectivos, los secuestros, los mutilados, los atentados ecológicos, etc.? ¡A nosotros no!
La Justicia Especial para la Paz, un tribunal de extranjeros diseñado para la impunidad de la izquierda, escribiendo la historia del país con las versiones acomodadas del terrorismo; manipulando la verdad para generar impunidad; y protegiendo a sus investigados con un manto de lenidad, pretende imponerse sobre los demás poderes constitucionales, a pesar de estar rodeada de corrupción, maldad y manipulación. (Y lo peor: ¡lo está logrando!).
Esta es nuestra Colombia de hoy. ¿Hasta cuándo le tendremos que ceder a este absurdo? ¿Hasta cuándo la voluntad de la izquierda se convertirá indefectiblemente en mandato, muy por encima de la voluntad de las mayorías? ¿No estaremos poniendo en riesgo la democracia y despedazando nuestra Constitución?
¡Sí! Vivimos en una Colombia incoherente. Los valores se trastocaron y, gracias a la polarización y a la permisividad, seguimos corriendo el riesgo de caer en las garras de esa izquierda desestabilizadora que, inconforme con todo, se niega a vivir en la institucionalidad pero se aprovecha de ella para imponerse.
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