Jorge Alberto Gutierrez


La creación de las bases para la libertad política ha sido uno de los logros más importantes de la humanidad, a pesar de que aún hoy sigamos en la brega por dejar atrás la manera autocrática como se ha gobernado en muchos lugares de la tierra. Ella abrió las puertas de la historia al mundo moderno y ha sido posible en aquellos países en donde existe una auténtica separación entre la Iglesia y el Estado. Muchos de los gobiernos que aún mantienen ese peligroso contubernio tienen los márgenes de violación de los derechos humanos más aberrantes de hoy en día.
La Constitución del 91 consagró al Estado colombiano como laico, es decir que los asuntos religiosos deben o deberían permanecer en la órbita de las iglesias para garantizar que sus doctrinas no se entrometan en los temas políticos o de gobierno y, ni mucho menos trazar los lineamientos morales que deben regir el comportamiento de la sociedad.
Cuando se ha logrado la madurez política, el actuar de la ciudadanía en todos los campos, incluidos los más sutiles de la cotidianidad, está definido por el respeto a las convicciones de los otros, siendo este el soporte filosófico e indiscutiblemente la única vía para mantener la autonomía y la libertad.
Permear los distintos gobiernos parece ser la estrategia seguida por numerosas iglesias que han puesto a gravitar el éxito electoral de algunos candidatos a cargos de elección popular en la “aceptación” de sus principios doctrinarios, independientemente o no de las convicciones del aspirante quien se somete sumiso al ámbito de su poder, en el cual las más oprimidas son, retomando el eslogan de la HJCK, las “inmensas minorías”.
Preocupa entonces que para aferrarse al poder y mantener el “orden” establecido de las cosas, los políticos de extrema derecha busquen respaldo en retardatarios sectores de la población sacrificando una de las conquistas que ha requerido el mayor derramamiento de sangre de la historia y estén usando en muchos casos a las iglesias, aún sin profesar alguno de sus credos, pero el ansia de dominarlo todo puede echar al traste cualquier convicción.
El nuevo y el antiguo testamento se utilizan como el contra para detener el mal. Donald Trump asumió el cargo como presidente de los Estados Unidos jurando sobre dos biblias: una pertenecía a Abraham Lincoln, la otra es personal. La biblia la utiliza el “elegido” para su comunicación directa con el creador, quien acaba de nombrar a su asesora espiritual Paula White, una fanática telepredicadora en La Casa Blanca, como encargada de “la iniciativa de fe y oportunidad” y cuenta para su reelección con el apoyo irrestricto de enormes grupos evangélicos. La nueva e interina presidenta de Bolivia Jeanine Áñez, al entrar al Palacio Quemado para “rescatar” al país, juró defender la constitución con tres biblias en la mano mientras aseguraba exaltada “Gloria a Dios. Él ha permitido que la Biblia vuelva a entrar a palacio”. Jair Bolsonaro “hermano en la fe”, llegó al poder gracias a una especie de cohecho que estableció con grupos evangélicos* de Brasil con quienes coincide en su política de mano dura contra todo aquel que se salga u ose salirse del guion establecido por la derecha carioca. Álvaro Uribe hace mítines políticos en los salones de sus asambleas, los corteja cada que hay elecciones, o utiliza al Beato de Yarumal Marianito de Jesús para hacer impostadas representaciones de su fe. ¿Quién sirve a quién? Y, ¿Para qué?
Asociados con las derechas que tratan de contrarrestar contra viento y marea la evolución de la sociedad para mantener sus privilegios ancestrales, se interponen a cualquier asomo de libertad y a las más elementales normas de un discurrir civilizado. En el gobierno anterior la valiente ministra de Educación Gina Parodi, solicitó a Naciones unidas la elaboración de una serie de cartillas sobre educación sexual que deberían hacer parte de la formación de los docentes del país; se analizó en ellas las distintas sexualidades que identifican a los seres humanos, se habló de género, de tolerancia, de respeto y, esa derecha de la que estamos hablando, se rasgó la vestiduras delante de todos en un performance cuidadosamente diseñado para que los futuros votantes presenciaran el patriotismo de su fe. La carrera pública de la ministra fue truncada, con la colaboración irrestricta del lefebrista y, en ese entonces procurador general de la nación, Alejandro Ordóñez Maldonado quien vergonzosamente nos representa en la Organización de Estados Americanos, OEA.
En muchos lugares de Latinoamérica el aborto como otros asuntos que están en los terrenos de la fe o de la moral han tenido una lucha de innumerables tropiezos, bien sea por las convicciones de los que realmente creen en la veracidad de sus valores o, por las zancadillas cada vez más agresivas de aquellos que piensan que es útil no “torear” el actual estatus quo de la población para mantener adormilada su opinión. El aborto en Colombia solo es permitido en casos de excepción que hoy se buscan derogar, según demanda interpuesta ante la Corte Constitucional-. Infructuosos han sido hasta ahora los reclamos de las mujeres consideradas por el machismo como minoría, puesto que sigue en nuestro código penal identificado como delito, un delito susceptible de cárcel, así esta se identifique con el piadoso nombre del Buen Pastor.
La Corte Constitucional ha solicitado al Congreso de la República reglamentar asuntos como la eutanasia, el matrimonio y derechos de las personas del mismo sexo. Los padres de la patria han evadido sistemáticamente esta responsabilidad y ocupan arrogantes su curul gracias a la complicidad que por acción u omisión refrendamos inconscientes en las elecciones de cada cuatro años.
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