La arquitecta María Elvira Madriñán Za inició con las palabras que titulan este artículo la inauguración de la exposición que complementó los eventos de apertura del Centro Cultural de la Universidad de Caldas, que ostenta el nombre de Centro Cultural Rogelio Salmona.
El patrimonio cultural de la humanidad se ha enriquecido con esta nueva obra. Se trata de un acontecimiento que rebasa los límites locales para convertirse en un hito de nivel universal teniendo como epicentro a Manizales y su siempre creciente vocación para la educación, la ciencia y la cultura. El proyecto es el resultado de un largo proceso de ires y venires, donde la férrea determinación por alcanzar un lugar de encuentro para todos, libre de exclusiones, con límites que solo existen para atender las necesidades de la intimidad, permitió sortear con éxito todas las vicisitudes que lo asaltaron en el camino permitiendo proyectar “Un centro que concibiera la arquitectura como un arte, estimulara la imaginación y a su vez estableciera diálogos con su entorno urbano y rural”.
Es que la obra de Salmona es el resultado de un conocimiento riguroso de la historia urbana de Colombia y de todas las historias que la condujeron al hoy en que vivimos, desde los tiempos en que los árabes escribían sus poemas de amor en las yeserías de Granada o se extasiaban contemplando en las fuentes las geometrías tridimensionales de las cúpulas que cubrían los salones de la Alhambra o se refugiaban en los palacios de terracota de los desiertos de Marruecos, y también del refinamiento de las logias del renacimiento, la luz de las abadías del medio día francés, los patios y plazas del palacio de Knosos en la Creta del minotauro, hasta las casas coloniales de América con sus patios sombreados perfumados por una rica variedad de plantas de olores exquisitos.
Miles de esas vivencias compendiadas en un edificio contemporáneo de ladrillo y concreto visto, concebido como un lugar para el solaz de los sentidos, que invita a ser recorrido, acariciado, que rompe el silencio con el murmullo tenue de sus fuentes de agua, que se renueva permanentemente gracias a los efectos cambiantes de la luz en las distintas horas del día, y que adquirirá su máximo esplendor cuando sus salas de lectura, o sus anfiteatros, o los deambulatorios abiertos al paisaje estén llenos de nosotros porque nos hemos apropiado del lugar, porque hemos entendido que allí podemos auscultar el futuro y tomarle el pulso a la realidad. Sin nuestra presencia, la arquitectura de este proyecto estaría incompleta, somos el fin último y primero de esta ilusión.
La obra de Salmona plantea el debate entre las arquitecturas “internacionales” ausentes de una raigambre que permita identificar el origen de sus propuestas espaciales, pero no por ello carentes de virtuosismo en la composición, en la factura y en la utilización de nuevos materiales y tecnologías, y aquellas que gracias al sedimento de la historia consignado en edificaciones con vocación de perennidad permiten traer al presente vivencias del pasado, y seguir el hilo conductor de la historia que las ha hecho realidad. Un seguimiento que está en el origen mismo de la arquitectura.
Invito entonces a recorrer el edificio para apropiarse de él “…para disfrutar sus espacios que cantan a la luz, y a la penumbra pero también a la música y a la poesía…” y dejarse perturbar y emocionarse hasta la lágrima si fuere posible, ante las sensaciones que se desprenden al recorrer sus espacios y para agradecer a todos aquellos que en comunión con Carlos Enrique Ruiz quien tuvo la audacia y la obstinación necesarias para transferir el entusiasmo de su iniciativa a quienes hicieron realidad esta obra; a Ricardo Gómez, Felipe César Londoño y Adriana Gómez que continuaron con el proyecto y se la jugaron toda por él, y también a “los gestores, creadores, arquitectos, dibujantes, constructores, técnicos, obreros y operarios que con su dedicación y esfuerzo hicieron de ésta, una obra magna, que será reconocida por su excelencia” y muy especialmente a María Elvira Madriñán que como ella bien lo dice tuvo el privilegio de convertir este proyecto en realidad, terminando su discurso de inauguración con las siguientes palabras: “Sin duda Rogelio Salmona vivirá en Manizales para siempre”.
PD.: El edificio que estamos inaugurando corresponde a la primera etapa de un proyecto mucho más ambicioso. Que se lleve a feliz término depende exclusivamente de nosotros y del diálogo que podamos establecer con él.
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