Un rasgo fundamental en la democracia moderna es la posibilidad del ciudadano para manifestar su inconformismo frente a lo que estima injusto o, incluso, desproporcionado por parte de las estructuras de poder; la protesta ha sido un mecanismo que ha permitido sumar las fuerzas individuales de la sociedad, convirtiéndola en un vehículo efectivo de importantes cambios históricos, en la conservación de algunos intereses colectivos amenazados y en la evolución misma de la democracia.
Presenciamos, como testigos de lujo, una escena social donde los protagonistas son el exceso de relativismo en las narrativas sociales, la constante de actuar según lo políticamente correcto para agradar a las mayorías mediáticas y el uso deliberado de la manipulación estratégica; observamos como los intereses mezquinos de algunos han secuestrado la protesta, convirtiéndola no en una virtud democrática, sino todo lo contrario, la han deformado tanto que hoy parece ser una auténtica amenaza para el ciudadano mismo. En los tiempos que corren, especialmente adversos para la humanidad, brotan algunas protestas que nacen legítimas, como fruto comprensible del inconformismo generalizado por el actuar arbitrario de agentes del Estado, pero lamentablemente aprovechadas por los captores de las voces inconformes, convirtiendo el inconformismo en el espectáculo donde se combinan el vandalismo, la violencia y el fanatismo en una orgia de anarquía.
En los Estados Unidos, con ocasión de la muerte de George Floyd, como consecuencia de los excesos en un procedimiento policial, se desataron una serie de reacciones que rechazaban el atropello de la policía, así como las actitudes sistemáticas de racismo en contra de la población negra en ese país. La loable protesta revindicando la vida y exigiendo acciones en contra de actitudes racistas en la sociedad norteamericana, prontamente fue aprovechada, lejos de la espontaneidad inicial, por colectivos políticos quienes demostraron ser auténticos profesionales en manejos de masas y del caos, convirtiendo el espíritu de la protesta pacífica en olas de saqueos y falsificaciones históricas. Recientemente, en América Latina los estudiantes universitarios se movilizaron en contra de la corrupción, del tipo de sistema económico y muchas tantas situaciones más que denominaban injustas; en Colombia hubo un centenar de exigencias que se plantearon en las mesas de negociación con el Gobierno Nacional, presentándose intensas jornadas de manifestaciones, algunas pacíficas y ejemplares, otras tantas violentas y debeladoras del secuestro que habían propinado a la protesta, llenándola de irrealismo y de figurines que, desde la demagogia, se abrogaban el liderazgo de la masa.
Después de 150 años de finalizada la esclavitud en Estados Unidos, movimientos como Black Lives Matter, continuador generacional, si se les escruta con cuidado, del movimiento las panteras negras de los años 70, pretenden continuar responsabilizando a la población blanca actual del esclavismo que sufrieron sus ancestros, generando nefastas divisiones entre grupos poblacionales y estimulando incluso el llamado racismo inverso. Aquí, en tierras del trópico ecuatorial, algunos estudiantes abandonan la idea de la universalidad que le es propia a la educación universitaria, haciendo faenas de inconsistencias como marchar en nombre de la libertad de pensamiento ondeando banderas comunistas, la antípoda histórica de la libertad en siglo XX y XXI. Durante las protestas contra el asesinato de Javier Ordoñez, justas y necesarias por la arbitrariedad policial que rodearon los hechos, estos mismos incoherentes, disfrazados de progresistas y reformistas, dieron rienda suelta al odio postergado durante la pandemia contra las instituciones de la República que, si bien, no son perfectas, deben rodearse y ser transformadas con el celo mismo de los procedimientos establecidos por la Constitución Política y la democracia. Flaco favor hacen los esbirros del fanatismo a la consecución de los cambios que necesita nuestro país, destruyendo el comercio, la propiedad pública y la tranquilidad de sus conciudadanos. Solo han conquistado el rechazo más profundo de la sociedad.
Hay una agenda electoral, peligrosa por demás, que estrangula al movimiento social en favor de los derechos por la igualdad racial, la educación pública y contra el abuso de las autoridades del Estado. Los violentos, aupados por intereses políticos en la trastienda, deben ser vetados por quienes creemos en el poder de la protesta en la democracia. La protesta debe ser liberada de sus secuestradores y ser recuperada en favor de esa extraordinaria y genuina fuerza que es la voz del ciudadano.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015