Jaime Escobar Herrera


Las emociones y los sentimientos hacen parte de la naturaleza humana. Tenemos sentimientos positivos y negativos, en la medida que nuestra conciencia es motivada por emociones básicas primarias como la alegría, la tristeza, el miedo y la ira. Cada una de estas, tiene a su vez emociones secundarias como la ilusión, el gozo, el éxtasis, la lástima, la melancolía, el llanto, la amargura, el temor, el pánico, la furia, el odio o la indignación. Los seres humanos pasamos con gran facilidad de un estado a otro y generamos unos comportamientos individuales o colectivos, a veces desbordados y sin control. Somos más emocionales que racionales, con la gravedad de no ser algo voluntario y aparece en el individuo, sin que este pueda controlar, medir o neutralizar sus síntomas visibles.
Los colombianos en especial somos emotivos; la visita del papa Francisco marcó al país y a sus habitantes por un excelente comportamiento y se demostró una actitud amable y acogedora. Luego la rabia y la inconformidad con la Selección Colombia después del partido con Paraguay en Barranquilla, contrasta con la hilaridad días después por los resultados en Lima, contra el combinado de esa nación. Dos hechos para analizar: Colombia clasificó, pero no juega bien y James Rodríguez quien fue figura y goleador en el pasado mundial de Brasil, es criticado por la afición colombiana al salir del Real Madrid, no encontrar acomodo en el Bayer Múnich y por el rompimiento de su matrimonio. Sin embargo, pasó del cuestionamiento al reconocimiento en segundos, por el gol marcado en esa contienda.
El caso de Falcao García quien brilló en el escenario de diferentes equipos, países y campeonatos, estuvo en la cresta de la emotividad hasta la lesión que lo alejó del mundial y del fútbol competitivo, llegando la crónica a difundir oscuros pronósticos sobre su futuro deportivo. Hoy la emotividad cunde positivamente cuando con sus goles, El Tigre ha vuelto a rugir ante los arcos de sus adversarios. Con Nairo Quintana nos ha pasado algo similar. Después de incursionar en Europa en la élite del ciclismo profesional, ha ganado el Giro de Italia y la Vuelta a España, obtenido pódium en el Tour de Francia en tres ocasiones y dos en el Giro, sin embargo como no ha logrado coronarse campeón en Francia, ya empiezan a escucharse voces críticas y cáusticas entorno a su rendimiento, las cuales generan un diverso cúmulo de sentimientos y emociones, en un pueblo ávido de acontecimientos amables. Mariana Pajón, la reina de las pistas con su bicicleta, nos acostumbró a sus triunfos desde muy joven. Dos veces medallista de oro olímpico, en días pasados fue superada por una competidora y de inmediato se sintió la inconformidad y el malestar entre los aficionados. Caterine Ibargüen la atleta de ébano, medallista de los Olímpicos y del Campeonato Mundial de Atletismo, hace poco le arrebató el primer puesto una contrincante venezolana y no faltaron los molestos comentarios en torno a esos resultados.
Si desempolvamos los archivos de nuestra Patria, encontraremos miles de casos que confirman la mala actitud de asumir posiciones guiadas por la emotividad de una noticia o la desinformación en una crítica.
En nuestro país pasamos en un instante de la gloria a la derrota, de la alegría a la tristeza, de la amargura a la ira; deberíamos ser menos emotivos y más racionales. No debemos ser tan triunfalistas, aceptando que en la competición hay vencedores y vencidos, reconociendo los esfuerzos y entendiendo como, un lugar diferente al primero no es sinónimo de derrota, destrucción, aflicción, desconsuelo, fracaso o descalabro.
Con mayor gravedad, si estos hechos están acompañados de reacciones agresivas, irracionales y sin control, acompañadas de violencia, venganza y a veces con exceso de rencor. De esta manera resulta complicado alcanzar niveles de convivencia, para asegurar el entendimiento entre nuestro pueblo.
Ya tenemos suficientes motivos de intolerancia en nuestra Patria. Desarmemos el espíritu. Hagámoslo.
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