La revocatoria de la sentencia Roe vs Wade por la Corte Suprema de EE UU alborotó a quienes sostienen que el aborto es un derecho de la mujer. Sea lo primero señalar que la sentencia no prohíbe el aborto, sino que otorga a cada Estado de la Unión la potestad de regularlo en su territorio, aun cuando, también es cierto que tal facultad conlleva la de prohibirlo, tanto que, en este momento nueve estados lo prohíben y se hace manifiesta la tendencia a que por votación popular se disponga la muerte de los niños en el vientre materno. Se trata de un asunto delicado y discutido. Para muchos es un retroceso, pues daban por descontado la existencia del derecho al aborto; la prohibición inmediata en varios Estados señala que otros más apoyan la defensa del que está por nacer. En otros muchos Estados se permite el aborto y, para los que no lo aceptan muchas empresas anuncian sufragarán los gastos del traslado de sus empleadas a otro pro aborto, pues, como fácilmente se colige, resulta más barato, que asumir los de la maternidad.
En Colombia se permite el aborto, sin ley, pero apoyada en sentencias constitucionales, la C355 de 2006 que despenalizó el aborto en tres eventos y lo ha permitido en miles de embarazadas y, la C055 de 2021 que lo permite hasta la semana 24 de gestación, contrariando las asociaciones médicas que aceptan que el embrión desarrolla su condición de ser humano entre las semanas 12 a 16 y, desde luego, las de quienes entendemos que el embrión es un ser independiente desde la gestación, pues, sin ningún agregado o intervención adquiere la condición humana, digna de toda atención.
No se entiende por qué una mujer que se entera de un embarazo no querido a las 4 o 5 semanas, espera hasta 10 o 20 semanas más para abortar. Los médicos, los padres y los docentes deberán ampliar la información, la educación sexual y las consecuencias de no prever la procreación y, si no se busca ésta, tomar precauciones. El aborto no se va a terminar, aun cuando lo prohíban.
La mentira es faltar a la verdad y por muchos se sostiene que todos alguna vez mienten, al tiempo que aclaran que hay mentiras que constituyen delito y otras, mentiras sanas, incluso piadosas, algunos lo hacen ocasionalmente y otros por costumbre; alguien a quien conocí le apodaban “mentira fresca”. Existe la social o amistosa “que bien te vez” o “que hermosa estás”. En el campo procesal es manifiesto que faltar a la verdad constituye delito y, sin embargo, se miente.
Recuerdo una reconstrucción que, como juez, hice de un asesinato en una cantina en la zona de tolerancia de Riosucio; el establecimiento estaba lleno, al preguntársele a cada uno de los testigos su ubicación en el momento de la agresión, uno a uno, contestaban “en el baño” o “en los servicios”, un reducido espacio en un rincón sin vista al lugar en donde se cumplió el apuñalamiento, en el que no cabían todos los que dijeron estar. Al final, un desastre de prueba porque los supuestos testigos presenciales no vieron y el cantinero y las meseras estaban recogiendo envases, todos mintieron. Otros testigos que estaban fuera, vieron salir al criminal corriendo con el puñal en la mano y, si bien no lo identificaron señalaron el rumbo que siguió y el arma fue hallada en un lote frente a una casa en donde después se supo aquella noche durmió un reconocido delincuente de Guática, municipio cercano.
Pero, es en la política donde más se miente. En las campañas se ofrece el oro y el moro, aun a sabiendas de que no se pude cumplir, esto es, se miente. ¿Miente el candidato Gustavo Petro cuando promete cambiarlo todo, o el presidente electo cuando se muestra conciliador y designa ministros de diferentes signos políticos? ¿Qué cara tendrá y qué conducta asumirá el presidente en funciones? Mienten, desde luego, aquellos dirigentes políticos que a las carreras aceptan la propuesta de plegarse al ganador, en contravía, el postureo de Petro dando la imagen de demócrata ya tiene molestos a sus seguidores originales.
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