Hna. Elizabeth Caicedo C.


Este momento crítico de la humanidad que ha convulsionado el mundo y todas sus circunstancias, pone frente a nuestros ojos la emergencia de la sociedad del cuidado, signo de los tiempos que hunde sus raíces en la vocación de nuestra especie llamada al cultivo y salvaguarda de la creación, de la vida en sus múltiples formas y expresiones.
En este sentido, viene a mi mente, el primer libro de la Biblia, el Génesis (origen) que en el segundo relato de la creación, contenido en el capítulo 2, desde la perspectiva agraria que está a la base del texto, plantea como tarea-conquista del ser humano el cuidado y cultivo de la tierra: “Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo guardara” (Gn. 2,8), visión que de alguna manera está también a la base del concepto de cultura como cultivo de lo humano y elemento configurador de la sociedad y las sociedades.
Y es en medio de esta sociedad y cultura cuya organización, discursos y lógicas se ven cuestionadas hoy que es necesario preguntarnos por nuestros principios éticos, aquellos que direccionan e iluminan nuestras actuaciones y decisiones, de manera que ellos nos permitan optar por la apuesta y vivencia de una ética que cuida la vida porque ama: Cuidado que desde Leonardo Boff nos invita a “encontrar el justo equilibrio entre el beneficio racional de las virtualidades de la tierra y su preservación para nosotros y las generaciones futuras”, porque es necesario responsabilizarnos de la tierra como la morada de la vida y de lo vivo, a partir de la opción por la pre-caución y la cautela como posibilidades para que la vida permanezca en el cosmos en todas sus formas.
Vivencia de una ética que se compadece y que por lo tanto nos invita a ser realmente humanos, es decir hombres y mujeres que se conmueven hasta las entrañas frente al dolor y la barbarie humana, frente a la enfermedad de la tierra y la amenaza de la vida, porque somos conscientes de ser parte de una comunidad de vida, donde el convivir con otros compromete en el cuidado de todos y todas, porque somos responsables del destino común de una humanidad que tiene rostro y nombre: el de cada uno de nosotros, el de nuestra familia, el de los cercanos y el de los lejanos, pero al fin y al cabo nuestros hermanos.
Vivencia de una ética que integra persona y sociedad, comunidad y comunidades, sociedad y sociedades, al compartir todos el mismo riesgo: hoy la enfermedad, la muerte, dimensión de nuestra humana humanidad que nos permite sabernos frágiles, necesitados, carentes, de carne y hueso. Por lo tanto, llamados a vivir una ética humanitaria, terrestre, cósmica y espiritual donde emerge el valor del cuidado y la solidaridad como señal concreta de una humanidad para la cual el bien de todos es el móvil existencial que marca el horizonte de actuación en clave de servicio, ayuda, búsqueda de la cura, asistencia al enfermo, compartir de lo que sabemos y tenemos, trabajo colaborativo que vence el egoísmo, la inconciencia, la competencia.
Que superar juntos esta situación nos permita ser más humanos, salir de esto siendo mejores personas y poner al servicio de todos lo que somos y tenemos.
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