Guillermo O. Sierra


Quizás los manizaleños nos hemos ganado muy buena fama en América Latina por nuestra nobleza, gentileza y hospitalidad. Y esto se demuestra, no solo en el día a día, sino que se hace mucho más notorio cada año por estas calendas. A partir de mañana poco más de 350 mil visitantes reconocerán nuestra hidalguía y escucharán cómo “canta el viento su alegría”, tal y como lo dice la letra del pasodoble Feria de Manizales, compuesto por mi paisano ansermeño, Guillermo González Ospina en 1957.
El asunto es que desde 1955 (si la memoria no me falla) hacemos fiestas para todos (salvo en dos ocasiones cuando tuvieron que ser suspendidas: una, por el terremoto del 23 de noviembre de 1979; y otra, por la inolvidable tragedia sucedida por la erupción del Volcán del Nevado del Ruiz, el 13 de noviembre de 1985).
Nuestras fiestas o ferias, de alguna manera, recogen el espíritu sevillano (España), en donde las hacen en el mes de abril. Y entre muchos otros eventos artísticos y artesanales, hay dos que se han convertido en el alma de la ciudad: el Reinado Internacional del Café, y las corridas de toros, que son, al decir de los expertos, las mejores de América.
Desde siempre, las fiestas o ferias, en cualquier lugar de este Planeta han sido consideradas como actividades sociales, económicas y culturales. Y nosotros hemos aprendido a verlas como lo que realmente son: como prácticas comerciales y financieras, que les permiten a cientos de ciudadanos la estimulación comercial y la divulgación de sus productos. Y cosa igual sucede a lo largo del año en este país: Carnaval de Blancos y Negros, en Pasto; las Fiestas de las corralejas, en Sincelejo; el Carnaval de Barranquilla; el Festival internacional de la leyenda vallenata, en Valledupar; el Festival de intérpretes de la canción Mono Núñez, en Ginebra, Valle; el Festival folclórico y reinado nacional del Bambuco, en Neiva, Huila; la Feria de las flores, en Medellín; el Festival de tiple y la guabina, en Vélez, Santander; y la Feria de Cali (que acaba de pasar). Casi todo el año hay fiestas (y no contamos las que se hacen en muchos municipios colombianos). Somos un país de fiestas, de diversión. Y me parece bien.
Pero me parece prudente que los manizaleños, aunque llevemos festejando 62 ferias, no olvidemos que tenemos una ciudad y un país por construir; y que cada uno de nosotros es responsable de ello; por lo que debemos pensar en nosotros mismos, en lo que hacemos y debemos hacer. Y que dentro de una semana debemos volver la vista atrás y ver la “senda que nunca se ha de volver a pisar.” “¡Olé!” ¿Y después? El camino es largo. Por ejemplo, pregunto: ¿qué es lo que, en el fondo, dejan las ferias? Tan pronto se acaben ¿qué queda? Pues, desde mi prejuicio, que nuestros deseos de satisfacer ciertas necesidades no se cumplen y éstas quedan insatisfechas. Tal es el propósito de la economía a la que pertenecemos. Lo dice desde por lo menos el 2005 Z. Bauman: “… la no satisfacción de los deseos y la firme y eterna creencia en que cada acto destinado a satisfacerlos deja mucho que desear y es mejorable son el eje del motor de la economía orientada al consumidor.” Y si logramos no olvidar esto, quizás aprendamos a caminar sobre aguas turbulentas, sobre arenas movedizas.
El no olvido de cosas como las que acabo de describir se logra si constantemente estamos pensando en convertirnos en mejores seres humanos. Si reconocemos en el otro su importancia para nosotros. Si diseñamos una educación constante, honesta, amorosa, respetuosa. Si queremos comer arroz, plantamos las semillas y esperamos un año; si queremos un bosque, plantamos árboles para una década; y si la idea es formar para la vida, hay que educar a los ciudadanos. 62 ferias nos tienen que haber enseñado muchas cosas: no solo tener mayor hidalguía, mayor señorío, sino ser más hospitalarios, más respetuosos, más compasivos, más honestos. Solo así, creo, se hace posible caminar en medio de las incertidumbres. Y para este 2018, son muchas.
Las Ferias de América deben ser un camino para ser mejores manizaleños y pensar juntos en construir cada vez una mejor ciudad.
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