Guillermo O. Sierra


Por obvias razones me uno al sentimiento de alegría y de felicitación a los jugadores de la selección colombiana de fútbol que participó en el mundial que se realiza en Rusia. También creo que quedamos muy bien representados. Les fue muy bien. Nos fue muy bien. Que no quepa la duda. La emoción fue grande, profunda, sincera. Los colombianos, creo, todos, estuvimos unidos no pensando en más que en ver cómo muchas cosas se movían en la cancha además de los jugadores y la pelota: iban y venían, los sueños, las esperanzas de millares de ciudadanos. Pienso, por ejemplo, en el sentimiento de los casi 20 mil guacheneceños, compatriotas de Yerri Mina, ese hombre gigante de humanidad, de sencillo y humilde comportamiento.
Gústenos o no, creámoslo o no, muy pocas cosas se suceden en el mundo que no tengan que ver, directa o indirectamente, con el fútbol. Éste ocupa un lugar muy importante en la vida de las personas, en sus propias realidades, en sus cotidianidades. Hay quienes piensan que el fútbol significa que la gente piensa con los pies; otros, que este es el motivo por el cual las personas no piensan. Pero lo que sí es cierto es que en un estadio las emociones se vuelven compartidas y no requieren permiso de nadie para expresarlas. Frente a la desesperanza y al miedo los colores de la bandera de un país se vuelven en la única certeza, en la más profunda fe, o en la más comprensible tristeza.
Quienes aman al fútbol no admiten deslices, aquí no existe la infidelidad; no hay espacio para el trasfuguismo; esto queda para otros menesteres en donde la seriedad y el respeto no existen; para aquellos que se saben desleales, pero alegan que son profesionales ejemplares.
Por supuesto, este profundo amor por un equipo no debería convertirse en odio hacia quienes aman otro equipo. Al fútbol probablemente no le importe esto, pero a los ciudadanos sí nos debería indignar que no aceptemos que los demás se alegren por el triunfo de sus amados jugadores. ¿Cuándo aprenderemos que la violencia le hace daño al fútbol? ¿Cuándo nos indignaremos de verdad al ver que un grupo de fanáticos, cuyo comportamiento raya en el fundamentalismo, termina por volver parte del paisaje sus constantes trifulcas? En los estadios explotan las tensiones acumuladas de los miles de problemas que sufren los ciudadanos; al igual que en otros escenarios. Insensato este comportamiento. El fútbol no tiene la culpa del comportamiento irrazonable de quienes dicen amarlo.
Que casi todo en la vida tenga que ver con el fútbol es una realidad que debería hacernos pensar en que los estadios constituyen mucho más que un simple espacio para patear un balón. Es, de alguna manera, un espejo de las inmensas realidades que se presentan fuera de los mismos. Lo dice mejor Eduardo Galeano: “es un centro de encuentro y comunicación, y uno de los pocos lugares en donde los invisibles pueden hacerse visibles, aunque sea por un rato, en tiempos donde esa hazaña resulta cada vez menos probable para los hombres pobres y los países débiles.”
Insisto, también me emociona y siento mucha alegría por lo que hicieron los seleccionados y el director José Néstor Pékerman Krimen, en esta XXI versión del mundial de fútbol. Un abrazo de felicitación por lo que hicieron por este país que no logra encontrar la reconciliación de la que ellos nos dieron ejemplo.
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