Gonzalo Gallo


San Agustín, 354-430 d.C, fue uno de esos seres que pasan de la oscuridad a la luz y se convierten en sabios guías.
Su cambio lo dio a los 31 años, se enamoró de Dios, y después se expresaba con estas hermosas y sentidas palabras hablando de él: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera. Y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera. Exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti”.
Muy pocos textos místicos y espirituales reflejan una vivencia tan profunda y hermosa de lo que es vivir amando a Dios.
@gonzalogallog
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