El presidente de Rusia, Vladimir Putin, abogado, militar y político en el poder desde 2012, argumentando proteger la seguridad nacional justifica la invasión a Ucrania diciendo que no había alternativa. Actualmente, en las peticiones de Moscú, se reclama el compromiso ucraniano con la “neutralidad” blindada por su Constitución, renunciando a bloques multilaterales como la OTAN y la Unión Europea; además del reconocimiento de Crimea, región incorporada a Ucrania al darse la implosión del bloque soviético en 1991, pero arrebatada militarmente por Rusia en 2014.
En cuanto a Ucrania, un extenso país con 44 millones de habitantes, de clima continental templado, fértiles llanuras y mesetas, ubicado sobre la costa del mar Negro, hace treinta años al darse el colapso de la Unión Soviética (URSS) y pasar de una economía planificada a una de mercado, sufrió una enorme contracción que remata en la hiperinflación en 1990, situación que finalmente sede gracias a un fuerte crecimiento en la década 2000-2010, por lo cual su economía agrícola e industrial ya es de medianos ingresos.
Aún más: Ucrania, es un país exportador de energía, pero también uno de los mayores consumidores de dicho recurso en Europa, ya que el 47,6 % de la generación total proviene de su propia central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa y tercera del mundo. Y en cuanto a la cultura, pese a que la era comunista (1922-1991) tuvo un efecto bastante fuerte en el arte y en la literatura, las costumbres ucranianas están altamente influenciadas por el cristianismo ortodoxo, como religión dominante en el país.
Y respecto a Rusia, es la cuna de la URSS y país que heredó gran parte del territorio y poder militar soviético, un imperio de más de 22 millones de kilómetros cuadrados y 300 millones de habitantes, el que entra en crisis en la década de 1970 tras setenta años de existencia como consecuencia de los gastos de la carrera espacial y la competencia armamentística durante la guerra fría, sumados a la crisis del petróleo y corrupción de sus funcionarios.
Aunque desde 1985, Mijaíl Gorbachov como jefe de Estado de la URSS, para transformar el régimen había intentado resolver la crisis implementando reformas que se basaron en dos postulados básicos: perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia, apertura); pero estas fracasaron creándose una oportunidad para que los partidos y movimientos políticos liberales derrocaran los regímenes comunistas, tal cual lo advertimos con la caída del Muro de Berlín en 1989. A partir de entonces varias repúblicas que formaron parte del imperio, entre ellas Ucrania, proclamaron su independencia.
Volviendo a la guerra, antes de la operación militar Putin expresó su interés en desmilitarizar y desnazificar a Ucrania, acusando al régimen de Kiev de haber atropellado personas haciéndolas objeto de abusos y genocidios durante ocho años. El censo de 2021 registra una población de 2.960.300 habitantes para esta ciudad fundada en el 482 d. C., la que vivió la revolución industrial en el siglo XIX dentro del Imperio Ruso, con lo cual pudo recuperar relevancia y posicionarse para la época como una importante ciudad del imperio soviético.
Con la complicidad de muchos países, y el apoyo expreso de algunos como Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea, en lugar de evitar una confrontación militar que ha cobrado varios millones de refugiados, han decidido apoyar la invasión a Ucrania, así la escalada de la guerra implique la violación del derecho internacional que conlleva la agresión de un estado soberano. Siendo así, si a estas alturas se desea evitar una escalada del conflicto, pareciera necesario que la OTAN y la U.E. deberían atenuar la molestia rusa que inicialmente provocó la intervención del pasado 24 de febrero.
Ahora, si falló el cálculo ruso para la toma de Kiev y su distrito, prevista para el sábado 26 de febrero, gracias a la movilización de fuerzas armadas y milicias ucranianas que defendieron la ciudad, de no parar la invasión finalmente caerá Kiev en días, convirtiendo la cruenta jornada en un detonante de una guerra de guerrillas que se extenderá en el tiempo y al resto del país, a un costo con implicaciones económicas globales, que dejará a Rusia en una situación interna y externa no sostenible.
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