Francisco Javier González Sánchez


El próximo 13 de noviembre, se cumplen 35 años del evento catastrófico más grave en la historia de Colombia y uno de los más mortíferos del mundo: la tragedia de Armero. Se calculan alrededor de 25 mil las víctimas mortales; la causa fue la erupción de nuestro nevado del Ruiz. Hoy, la tragedia mundial se centra en un virus “made in RPC” que los humanos se transmiten sin cesar. Al momento de escribir esta columna, según la OMS, en el continente americano se han presentado casi 900 mil contagios con más de 42 mil muertes, de las cuales cerca de 200 son en Colombia. Hacía esta relación, pues veo con preocupación muchas similitudes entre estas dos tragedias, aunque también unas notables diferencias, como el número de víctimas mortales, que en Colombia claro está, nunca igualará a las de Armero.
En ambos casos, nos cogieron con los pantalones abajo y por eso estamos aprendiendo sobre la marcha, viendo a los científicos y médicos con mucho conocimiento pero aprovechando para adquirir experiencia (en Colombia hay 43 posgrados en epidemiología, desde especializaciones hasta doctorados).
Armero es la prueba de un país que se construye sin memoria y sin historia; los colombianos menores de 30 años poco o nada conocen de dicha tragedia y las instituciones educativas y el Estado no hicieron ningún esfuerzo meritorio por hacer de aquel lugar y esa tragedia un hecho que permitiera construir un país diferente. Da pena pasar por Armero y no ver una reacción institucional realmente importante, mas allá de ser una zona de rebusque donde venden CD piratas de mala calidad y le prenden velas a Omayra a quien ya convirtieron en santa.
El covid-19 debe superarse pero no olvidarse. Manizales es pionera en la gestión de riesgos de desastres, gracias a sus terremotos, incendios y deslizamientos, que la convirtieron en una ciudad laboratorio, según lo afirmado por el experto Omar Darío Cardona. Como se ve en las vallas publicitarias, esta calamidad pasará, lo cual es una obviedad. Esa no es mi preocupación. ¿qué enseñanzas nos dejará? En serio, ¿queremos volver a lo mismo? El estudiante al colegio, el profesor el aula, el empresario a la empresa, el desempleado al café, el trabajador informal a la 23, el delincuente al delito y los cristianos a la misa y al culto.
Al igual que en Armero, mucha y aparente solidaridad pero poca organización: los problemas de la sociedad no se solucionan donando un mercado de vez en cuando. Los sectores mas vulnerables no necesitan mercado, necesitan asegurar su alimentación; no necesitan tapabocas, requieren un sistema de salud óptimo; no necesitan subsidios, urgen trabajo digno y estable. La solidaridad, siendo un principio constitucional (artículo 95), no se encuentra regulada en nuestro ordenamiento jurídico como una estrategia que permita dar respuesta permanente a las calamidades de los colombianos, por eso, las alcaldías, gobernaciones y hasta el propio presidente se ven a gatas, para atender las inaplazables demandas sociales. Es muy penoso que en Colombia la solidaridad no se encuentre institucionalizada ni siquiera como una política de Estado para una sociedad con notorias desigualdades y con restringidas oportunidades.
Los particulares, espontáneamente, vienen a llenar ese vacío de Estado, como las arquidiócesis y sus bancos de alimentos, las fundaciones y algunos empresarios que se meten la mano al bolsillo. La generosidad de los ciudadanos es bienvenida, pero no puede reemplazar al Estado, que incumple con los fines esenciales para los cuales fue creado: servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución. Por eso, no quiero volver a lo mismo.
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