Francisco Javier González Sánchez


El pasado jueves 31 de marzo, los estudiantes de Derecho de la Universidad de Caldas, realizaron su tradicional y eufórica “bienvenida a primíparos”. Todo aparentaba ir bien, hasta que unos incautos estudiantes de dicho programa decidieron parodiar épocas pretéritas de la esclavitud, subastando una mujer con el uniforme del programa de Trabajo Social de la misma Universidad y acompañado de un lenguaje, calificado como misógino, discriminador, racista, sexista, clasista y machista. Y estalló el conflicto.
Las redes se inundaron de mensajes y cada cual expresó a su manera lo sucedido; la prensa, la radio y la televisión hicieron lo propio y el gobierno académico de la Universidad, desde el rector, pasando por el decano y los respectivos directores se pronunciaron. Las asambleas generales, por facultades y carreras deliberaron de manera inmediata y comenzó la avalancha de comunicados. En sólo tres días toda una comunidad hizo un alto en el camino, para dialogar respecto de un acto, que sin duda merecía reproche.
Se trataba de un asunto realmente complejo, por la evidente tensión de derechos fundamentales: la libertad de expresión (las y los de Derecho) y el derecho a la dignidad humana e integridad personal (las y los de Trabajo Social). Esta situación podría resultar incomprensible para muchos, si se tiene en cuenta, que la sociedad colombiana desde los mismos orígenes de la República ha sido penosamente construida a partir de la represión, el sometimiento, la violencia y el castigo. Si la Universidad sancionara “ejemplarmente” a los estudiantes que participaron del penoso acto, ¿qué se estaría solucionando, cuando se reconoce que se trata de un problema estructural de la sociedad colombiana?
A Marbelle, por ejemplo, le está comenzando a salir cara su “metidita de patas” al referirse a Francia Márquez como un “King Kong”, su gente no le está yendo a los conciertos. No todo el que escribe es escritor, ni el que declama poeta, ni el que canta cantante; por eso, calificar de “obra de teatro” la representación de los “pelaos” y las “peladas” de Derecho es una ofensa a la gente del Teatro. Por la presentación de la parodia y sus desafortunados resultados, públicamente pidieron perdón, algo sin duda muy valioso ante el déficit de principios y valores del pueblo colombiano.
Se reconoció la existencia de un corto circuito entre la intención y el resultado, fenómeno muy frecuente en nuestra sociedad, como en los matrimonios: nadie se casa (intención) pensando en que se va a separar (resultado). Pero no siendo suficiente con el perdón, se solicitó el desagravio y este llegó. Y transcurrida una semana, después de un diálogo institucional, afloró además del perdón, la reconciliación. Y de un empapelamiento de denuncia, se pasó a uno de paz y convivencia. Llegaron los abrazos, la integración y las tradiciones compartidas, algo que sin duda debe permanecer.
Pero como bien lo indicara una distinguida profesora de Trabajo Social, este no es el punto de llegada, sino de partida, pues apelando al criterio de autoridad, los centros de investigación, la escuela de género y la comunidad académica, deben crear, desarrollar o fortalecer los mecanismos que garanticen que estos hechos no vuelvan a ocurrir y que dicho modelo sea replicado por la sociedad colombiana y aprendido especialmente por Marbelle y J Balvin. En sólo una semana, la comunidad académica de la Universidad de Caldas, a partir del perdón, el diálogo y la reconciliación demostró a la ciudad, la región y el país, que la búsqueda de la paz y el fomento de la convivencia parten de la solución racional de sus diferencias y no del uso de la fuerza. Felicitaciones.
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