Flavio Restrepo Gómez


Nada deja de sorprendernos cada día. Así ha sido siempre. Lo fue ayer, lo es hoy y probablemente lo será mañana. Vivimos en medio de una crisis desatada por la pandemia del covid 19, pero la vivimos en la cotidianidad con asuntos que no tienen que ver con el virus. Se trata de la fragilidad de nuestras instituciones, que hoy para desgracia de una nación entera, se concentran en un partido político, al que pertenece ese remedo de presidente que tenemos, con todo su séquito de alfiles y peones, convirtiendo a Colombia en una burla a los más elementales principios establecidos en la Carta Política.
No se respeta la igualdad de género que establecen las normas, porque vivimos en un país machista y patriarcal, dominado por “machos” que tienen el más bajo concepto de la mujer, la desprecian sin vergüenza alguna, a sabiendas de que generalmente son mejores, más eficientes, más centradas, más honestas, más claras y prácticas, que la caterva de inútiles y amorales que tenemos.
Un país que no respeta a las mujeres, no es viable. No lo es, porque en el irrespeto a ellas comienzan todos los abusos y todas las violaciones a derechos fundamentales, que son pilares sobre los cuales se levantan los cimientos de una sociedad. No quiere esto decir que no haya hombres de altísimas cualidades intelectuales, morales y éticas en el manejo de lo público. Tampoco significa que todas las mujeres son ejemplo de pulcritud y transparencia. Las hay como excepción, las que son arpías, deshonestas, sin cueros, sin frenos y sin límites. Pero, en general, ellas representan lo mejor que tenemos como especie, sin entrar en feminismos tontos, ni en ataque a hombres honestos y decentes, en una “lucha libre” de machistas y feministas, que no tiene porque existir, que no tienen razón alguna para ser lo que encarna la lucha del ser humano, que debía estar ocupada en otras prioridades comunes a todos los géneros.
La pandemia ha servido para que salgan a relucir los que antes pasaban desapercibidos y no estaban al alcance del ojo vigilante del ciudadano que los eligió, o del que sin hacerlo, vive bajo su mando. Hoy en medio del confinamiento, con las redes sociales alborotadas y abarrotadas de noticias, podemos encontrar información de casi todo, con detalles que antes eran desconocidos para la mayoría. Noticias importantes como restos de naufragios en un mar de basura que nos hacen peores cada día, ese que nos lleva a ocupar el último lugar en el mundo de los seres vivos, todo por cuenta de una estructura cerebral, llamada neocortex, que va más allá del cerebro primitivo y puede pensar, pero también puede hacer daño, ser perverso, hipócrita, deshonesto y sin límites en la consecución de sus fines.
Vivimos en un país de vivos y tramposos, que mienten con la seguridad de que no les pasa nada, que roban sin ser sancionados, que hacen diferencias de clases inaceptables, con las que demuestran tener nostalgia de grilletes y cadenas, de esclavitud y servidumbre. Ese mundo así vivido, no tiene futuro, es la autodestrucción del ser humano, preocupado más por el poder económico y político, que por la justicia social, la equidad, la igualdad de oportunidades, el respeto por todos los colores de piel y las diferencias de sexo, que no son las que podemos seguir teniendo como cimiento de una sociedad enferma y descompuesta, en la que los valores han sido metamorfoseados, para mantener privilegios de género que recuerdan el paleolítico en su más profundo subdesarrollo.
Tenemos que comenzar a repensar lo que somos como seres humanos, entender las diferencias fisiológicas entre los sexos, sin añadirles diferencias de cualquier clase, que no tienen por qué existir. Solo el día en que comprendamos que somos seres humanos finitos, que tengamos la humildad de reconocernos imperfectos, podremos construir una sociedad incluyente, que no utilice el poder para hacer diferencias, por raza, sexo, condición económica o ideología.
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