Flavio Restrepo Gómez


“Que no hay tan diestra mentira, que no se venga a saber”. Lope de Vega.
El director ejecutivo de la Asociación Colombiana de Facultades de Derecho, Acofade, Carlos Mario Molina Betancur, escribió un artículo para Academia, que se encuentra en Ámbito Jurídico, de Legis. Lo hizo motivado por un practicante de Derecho que “… vino un día con cara de desencanto a preguntarme si el Derecho es una carrera recomendable para estudiar en Colombia”. Lo preguntaba porque estaba confundido, después de haber leído un articulo de Felipe Pineda, un columnista que aconsejaba no estudiar Derecho, con el argumento, equivocado por demás, de no meterse en lo que llamaba “el largo camino del clientelismo político y la burocracia administrativa”.
El maestro, con mucha molestia por tal aseveración, le contó la siguiente historia al estudiante: “En tiempos remotos, cuando no existía el Derecho, el hijo de Ramsés, faraón de Egipto, preguntaba a su padre: ¿Por qué debo estudiar las leyes todos los días con mi tutor?
El padre, sonriendo, lo toma entre sus brazos y le dice: “aprender las leyes es tarea de sabios, nuestros antepasados nos han legado ciertas normas que nos enseñan a vivir en paz y a garantizar el orden social de nuestro pueblo. Un día cuando tú serás yo, entenderás que la ley es necesaria para la convivencia de los seres humanos: sin ley no hay justicia y sin justicia, no hay paz social. Faraón es quien garantiza el equilibrio de la sociedad; es quien protege al débil, da de comer al hambriento, socorre a la viuda; destruye la ignorancia, la envidia, la ambición de los que tienen y de los que quieren todo; dirige la guerra, restablece la igualdad y lucha contra la injusticia”.
El estudio del Derecho tiene por objetivo general la formación de Licenciados en Ciencias Jurídicas y Sociales, para que le sirvan a la sociedad, con transparencia, sin trampas, respetando los pilares de la parábola judicial y el noble arte del Derecho. Muchos tachan el Derecho, como una profesión que produce desazón y miedo, porque hay abogados que, faltando a los más elementales principios de dignidad y ética, convierten la trampa y el ardid, en una mina inagotable con la que acorralan a toda una sociedad. Pero no es el arte del Derecho el que es malo, su esencia es fundamentalmente limpia y honesta, su doctrina es transparente, su finalidad es digna. No podemos poner en la picota a los abogados y a los jueces que hacen su labor con honestidad y pulcritud, que son la mayoría, por minorías de deshonestos, indecentes y amorales que deshonran la noble profesión.
La justicia no puede someterse a los que la quieren convertir en una cenicienta, a la que creen poder manipular para la obtención de lucros indignos, con demandas que son una apología al fraude y la estafa. Tenemos que desenmascarar al estafador, desnudarlo para que la gente sepa la clase de persona que los rodea. Hablamos del sustantivo mentira, el verbo mentir y el sujeto mentiroso, con los que le acolitan la osadía. No hay “mentiras piadosas”, esa es una deformidad cultural, que hizo carrera entre los “vivos y los inescrupulosos”.
La mentira es según la RAE, la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente. Cosa que no es verdad. Mentir es inducir a error, fingir, aparentar, falsificar. Mentiroso es el sujeto que utiliza la mentira para engañar y falsear, es el que miente especialmente si lo hace por costumbre.
Mentir con aparente “inocencia”, para engañar sin recato alguno a la justicia es tratar de burlar el equilibrio de la balanza que está en manos de la diosa Temis, para obtener lucros indignos, sustentados en la trampa, el engaño, la falsedad, la pamema y el infundio.
Eso no puede ser impune. Los que engañan a la justicia, cometen delitos típicos, antijurídicos y culpables, que están bien definidos en nuestro ordenamiento jurídico. Son delitos que tienen sanciones que van más allá de lo económico, se adentran en el ámbito de la justicia penal, donde los delitos no se pagan con plata.
Iremos hasta el final…
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