El título es el de uno de los 12 cuentos peregrinos de nuestro nobel, Gabriel García Márquez. Muestra una realidad absurda pero presente en nuestra cotidianidad. El comportamiento “automático” que tienen muchos seres humanos y casi todas las instituciones.
En resumen, se trata de una mujer, María Cervantes, que se queda varada en medio del desierto. No tiene cómo comunicarse, en medio de la nada sin saber qué hacer. Después de horas, pasa un bus que la recoge; ella convencida la llevarían a la ciudad más cercana. Su viaje termina cuando es dejada en el Hospital Psiquiátrico, con todas las otras pasajeras. Repetía: “Yo solo vine a hablar por teléfono”. El personal del nosocomio le ayudó y la dejaron internada como una de las otras psicópatas. Luchó con todo, pero nadie le prestó atención. Su esposo la esperó mucho tiempo, hasta que la dio por perdida. Fue tratada como una loca durante años, sometida a los muy bien establecidos “protocolos” para tratar personas que han perdido la razón. Lograron enloquecerla.
Pudo una vez comunicarse con el esposo, pero no la escuchó y después de gritar le colgó. Gracias a los “favores” de una guardiana, hizo que esta lo llamara y le informara dónde estaba. Él va a buscarla, pero el médico le advierte que está muy mal de salud mental, razón por la cual decide abandonarla a su suerte.
Este cuento de Gabo se volverá película. Pero más allá de la trama literaria, nos muestra de manera escueta y clara, la suerte que corremos en Colombia los que no hacemos parte del "establecimiento" o de la burocracia. Un verdadero cuento de realismo mágico, con el cual vemos transcurrir el acontecer de nuestra patria, donde los que nos dirigen, actúan con calculado y repetitivo celo, desbarajustando nuestra institucionalidad, sin que les importe. Hablamos de políticas que se presentan como la solución a muchos de nuestros problemas sociales, pero no es verdad. Hay un conductor de un bus que hace mandados, y una política loca y acartonada que sigue esos mal elaborados, pero costosísimos “protocolos”, para decir que estamos “construyendo país”.
¡Mentiras! Este es un país que destruye ciudadanos; que tiene el más profundo desprecio por la dignidad humana; que no está interesado en el bien común, ese que se supone piedra angular de una democracia decente y efectiva.
Aquí vivimos en un “feudo” en el cual los encomenderos se apoderan de todos los poderes y determinan el rumbo que seguimos. Hablan de progreso y de justicia social, pero quieren hacerse los “locos” con el alto porcentaje de informalidad que tenemos, que supera con mucho al empleo formal. Vemos la presentación de obras “faraónicas”, como progreso social, en una población todos los días más pauperizada, acorralada por todos los entes de control, que son muy eficientes para naderías con las que pueden hacer el “show”, dejando pasar sin pudor alguno la gran maraña con los que se roban los recursos públicos, en cifras que dan escalofrío: 52 billones de pesos al año, perdidos en corrupción, en obras que terminan costando 3 o 4 veces su valor normal, cuando las hacen, pues hay muchos municipios y departamentos en los que las obras se pagaron, pero no se hicieron.
Volvemos a estar en la lista negra de países de riesgo y perdemos de un solo tajo lo que habíamos avanzado en reconocimiento internacional. Y cuando Trump nos regaña, entonces salen a decir que somos autónomos, y no aceptamos injerencias de otros Estados. Un verdadero acto de desconocimiento de una vida todos los días más globalizada e interdependiente.
Ha comenzado la “vendetta” política. Se demandan investiduras y escaños en el Congreso. Quieren que el país no tenga oposición, que el consenso no sea concertado sino impuesto por unas mayorías que se adueñan del poder, dictan las normas y las leyes, golpeando los grupos políticos minoritarios que se ven arrinconadas por una justicia que no es igual para todos; alianzas sustentadas en los intereses y no en los principios democráticos. Ya perdió la investidura Antanas Mockus. Van por la de Ángela Robledo. Pero fueron permisivos con Carlos Mejía, que violó groseramente los reglamentos. Lo son con la Cabal para quien se compraron votos a 200 mil pesos, alegando con estulticia que eso lo había hecho un grupo no autorizado por ella.
En fin, la parodia apenas comienza. Llevamos casi 9 meses de inercia, con muestras de que lo peor está por venir. El resto de los colombianos acorralados repiten que “solo vinieron a hablar por teléfono”. Los orates los trataran como locos.
Como bien lo dijera Felipe González: “El estado de derecho también se defiende en las alcantarillas”.
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