Flavio Restrepo Gómez


Parecía imposible que esto pasara, pero está pasando. En este país de “Patrones, mandaderos y cargamaletas”, la política ha sido degradada impunemente y llevada a la condición de inescrupulosa meretriz, que deja satisfechos a los clientes que le pagan por sus “buenos servicios”. Nada importa ante la avalancha que se tomó el poder, con personajes de muy baja estofa, dudosísima reputación y cuestionamientos serios y permanentes sobre sus formas de actuar, convencidos como están, viven en una “hacienda” de la que son los amos, con un capataz incapaz e improvisado y unos peones inescrupulosos, manejando el destino de todos los ciudadanos de Colombia que no hacen parte de esas cuevas de Alibabá y sus ladrones, en que convirtieron las instituciones en esta remedo de país.
El destino que podíamos haber esperado mejor, es hoy un nubarrón negro que presagia malos tiempos, sin luces que iluminen un camino distinto para recorrer como nación, más equitativa, más preocupada por la justicia social, la inclusión, la igualdad de oportunidades, el respeto a las diferencias, a las razas, a los colores de la piel, a la ideología y a los derechos individuales.
No imaginamos alguna vez siquiera el estado de desigualdad y de pobreza, de injusticia y abandono, de olvido e indiferencia que tenemos hoy, ese que vivimos en este remedo de democracia, en la que se violan los más elementales principios sobre los que se construyen las que lo son de verdad. Tenemos un Estado fallido con actores improvisados, la mayoría sin experiencia, donde los pocos que la tienen son perversos burócratas de magnitud mayor.
¿Cómo es posible vivir en un país, en el que gran parte del establecimiento político y buena porción del burocrático están claramente actuando en contra de la ciudadanía? ¿Cómo mantenerse dentro de la institucionalidad, sin violar las normas, cuando los que manejan los tres poderes, las violan sin pudor, sin control y sin castigo? Se necesita una resistencia a toda prueba, para mantener el orden en medio de tanta anarquía, de tanto tramposo, pícaro y delincuente, apoltronados en puestos de poder, que solo deberían estar destinados a personas intachables, que llenen todos los requisitos para los cargos sin hacer trampas, que tengan vergüenza, sientan orgullo de ser honestos y no hacer parte de esos nidos putrefactos en que convirtieron buena parte de nuestras instituciones, las raposas que las han ocupado.
Se necesita resistencia o indiferencia, para no hacer algo que se oponga a ese modo nauseabundo de manejar un país. Si ha sido resistencia, ya se acabó. Si es indiferencia, llegó el momento de despertar y cumplir con las obligaciones que como ciudadanos tenemos para defender las instituciones y sacar de ellas a todos los corruptos, para entregarle el manejo de nuestra Patria a personas honestas, decentes, limpias, pulcras y bien preparadas, que acaben de una vez por todas con ese espectáculo circense que vivimos en el cotidiano y que tanto daño le ha hecho a nuestra patria.
No importa si el que nos dirija y los que lo acompañen son de centro, izquierda o derecha. Lo que importa es que tengan vocación de servicio y verdadera preparación para los cargos que desempeñen, con una oposición fuerte, pero digna, que ejerza su función en beneficio de la gente, sin más norte que el de hacer de este lodazal un país digno y decente en el que se pueda vivir.
Debemos acabar con esa proliferación de partidos de papel, de uniones temporales, de organizaciones sofisticadas que deterioran cada día más nuestra política y nuestro orden. Que los conservadores lo sean de verdad; que los liberales no lo sean de mentiras; que la izquierda sea moderada, social y democrática. Que la ultraderecha y la extrema izquierda y todas esas agrupaciones formadas para conseguir poder, desaparezcan y den la cara como lo que son y lo que representan, para no tener ese cartel de los partidos que no significan nada, solo interesados en comprar el poder, para poder seguir robando y desangrando a Colombia. No más centros delincuenciales haciendo política, siguiendo hipnotizados las órdenes “mesiánicas” de dirigentes sociópatas y psicópatas, que han convertido el arte de la política en un cartel tan despreciable como los muchos que desgraciadamente tenemos.
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