Flavio Restrepo Gómez


La corrupción hace parte de nuestra cotidianidad, como una damisela entrometida que se ha ido entronizando como la representante más fiel de la poli-clase, pero también de muchos que desde sus actividades privadas, la ven como una “diosa”, a la que hay que respetar, para poder hacer parte del grupo de los hombres y mujeres públicos y privados, que saben que de su mano tendrán muchos beneficios, sin que el Estado, los organismos de control, la sociedad, o la gente honesta hagan algo para demostrarle que es una desgracia; que su acción es una máquina demoledora de todos los valores y principios.
Eso lo puede hacer gracias al silencio de los encargados de sacarla a la fuerza de la actividad pública o privada; de la indiferencia de los que ante la absoluta impunidad prefieren mantenerse al margen, sin señalarla, porque de hacerlo corren el riesgo de ser arrollados por el ejército sin escrúpulos que la sigue y que la tiene como dama de compañía.
Comencemos por el principio, para ver si es posible que encontremos un final, antes de que nos perdamos en la jungla que con ella han levantado los corruptos por todos los rincones de nuestro maltratado país.
Desde el comienzo de los comienzos no ha faltado el “vivo” que se ha hecho líder. No se conocía la corrupción en ese camino de la evolución. Algo pasó, no se sabe qué, cuando el hombre al adquirir la posición vertical, se convirtió en el único bípedo sin plumas, pérdida de tiempo evolutivo cuando comprobamos que al adquirir conciencia y poder pensar, se perdieron millones de años en hacer que el humano se parara para volverse rastrero. Ese “vivo”, se refinó, se informó; ahora es instruido, aunque no sea culto; es capacitado, aunque sea un bárbaro preparado.
A ese comportamiento, rutina en los delincuentes de todas las pelambres con su corrupción desbordada, debemos la poca fortuna de ser un país que impone cargas tributarias por todo, para poder financiar su ineficiencia y corrupción.
Desde la colonia, los impuestos fueron creados, dependiendo de las necesidades que iban surgiendo. “La Avería” (impuesto de aduana). “La Media Anata” (los empleados debían pagar, el primer año de trabajo, la mitad de lo que ganaran a la corona). La Alcabala (impuesto a la venta de muebles e inmuebles). El Quinto Real (impuesto a los mineros). Impuesto de la Armada de Barlovento (impuesto al consumo de artículos esenciales). Los Valimentos (la corona se apropiaba los sueldos de los empleados). Las Gracias del Sacar (impuesto pagado a la corona, en agradecimiento por lo que se les había otorgado). El Diezmo (impuesto sobre los vegetales y las crías de los animales que era destinado a la iglesia). La Mesada Eclesiástica (El que tenía que pagar el clero, de una duodécima parte de lo recaudado en el año). Los Espolios (bienes que quedaban al morir los arzobispos, que pasaban a la corona). Las Vacantes Mayores (renta para la corona, mientras se hacía la sucesión de un prelado muerto). Los Estancos (la corona decidía el único comprador y vendedor de un producto, para controlar la venta y aprovechar las ganancias)”.
Ahora, en pleno siglo XXI, tenemos impuestos por todo y para todo. Solo para mencionar algunos, tenemos los de renta, patrimonio, IVA, 4x1.000, consumo, predial, registro, retefuente, rodamiento, rete-ICA, Sena, Bienestar Familiar, Cree, licores, cigarrillos, valorización, uso de suelos, telefonía, gasolina, predial y otros muchos que se cargan a los contribuyentes; esos que no pagan los políticos, ni “los cacaos”, ni las multinacionales, ni los grandes negocios que están amparados con muchas exenciones, incluidas las gaseosas azucaradas, tan nocivas para la salud.
Si en Colombia terratenientes, gamonales, ricos, industriales y multinacionales, pagaran impuestos; si ellos, los políticos y burócratas sin escrúpulos, los negociantes sin tripas, no se robaran lo que siendo de los contribuyentes termina en los bolsillos de ladrones, defraudadores y estafadores, no habría necesidad de estar inventando una reforma tributaria cada año para cuadrar la finanzas saqueadas del Estado, y hacer cada día menos fácil la actividad dentro de la legalidad.
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