Flavio Restrepo Gómez


“Un error mínimo al principio, pude ser máximo al final”. Aristótele.
Somos testigos mudos de un espectáculo tramoyero, que nos hará ver muchos resultados con mucha propaganda, para tratar de demostrarnos que la nueva política pudo ganar una lucha que siempre ha sido perdida. Es una política de nimiedades, reedición de naderías que no solucionan nada, pero son muy efectivas como propaganda, sobre todo si tenemos en cuenta, el servilismo impúdico de un periodismo arrodillado ante el poder del que ahora manda, seguros de que recogerán las partes que les correspondan cuando se reparten migajas.
La ejecución de una estrategia de “mínimos” parece ser la consigna improvisada con la que se quiere construir el futuro de nuestra Nación. Una política de mínimos, que es muy popular y que aunque sea inocua e ineficiente, dará la impresión de que el que nos dirige, como hasta ahora ninguno lo ha hecho, está ganando la batalla contra uno de los flagelos y lastres más grandes que tenemos.
Sacrifican nuestra soberanía por el embeleco de hacer méritos, para ganarse el aplauso de la comunidad internacional, a la que se le presentarán cifras, evidentemente infladas, mostrándole con gran despliegue y mucha fanfarria, que tenemos muchos casos de éxito en la fracasada lucha contra el tráfico de drogas, la guerra perdida de la vergüenza institucional, contra un flagelo en el que los negociantes, sus testaferros y los capos, se enriquecen sin límite y sin pudor.
Eso pasa sin que se vean acciones decididas para enfrentarlos de verdad, arrinconarlos como los que causan el problema, los que dejan esta estela de desolación, tragedia y muerte, por un negocio maldito, del que se nutren apetitos insaciables de grupos y mafias que seguirán gozando de impunidad. Es la reedición de la vetusta y fracasada democracia narcotizada, solo que esta vez, más sofisticada e hipócrita, mucho menos evidente, más solapada y pueril, pero más devastadora que las que la antecedieron, dejando tragedias entre los jóvenes y las familias, ahora castigadas por la “brillante idea” del mago de la improvisación en el consumo mínimo y la penalización de la dosis personal.
Parece loable y efectivo, pero no lo es. Está demostrado que no es castigando al consumidor de bajas cantidades, comparada en proporción con las inmensas, miles de toneladas que producen los dueños del “negocio maldito”: los narcotraficantes. Una acción inane aquí que se desboca allá, para agigantar el poder de los negociantes de acá y de acullá.
En cualquier comunidad sensata y bien organizada se sabe que el consumidor es una víctima; no es el origen del problema, ni es el que causa la devastadora acción de las drogas, sino el que las sufre. No es plausible, ni elogiable, que a un burócrata se le ocurra que es convirtiendo a la víctima en victimario como se resuelve un problema, porque colgado de los hilos con los que lo mueven, él mueve los hilos equivocados en la erradicación de un problema que es una desgracia, una fuente inagotable de dinero y manipulación de conciencias y poderes, que se pasea sin problemas por el mundo, sometiendo generaciones enteras, poblaciones inmensas, a la desgracia que deja su miserable quehacer, con el mercadeo indecente de las desgracias ajenas.
Señor presidente Duque, usted que es abogado (aunque con sus publicadas especializaciones en Harvard, no se puede estar seguro), debe conocer la sentencia C221-94 de la Corte Constitucional, que despenalizó el consumo de la dosis personal. Ahora bien, como parece no quererlo aceptar, usted debe saber que en el Art. 4 de la CN, se establece que esta es norma de normas y prevalece sobre cualquier otra que se le oponga. De allí, que en la pirámide de Kelsen se le ubique en el vórtice superior. Ninguna ley, ordenanza o resolución, puede oponerse a la Constitución.
Señor Duque, es con educación, prevención y presupuestos para las áreas culturales, lúdicas, musicales, literarias, artísticas, teatrales, entre otras, como puede evitarse que nuestros jóvenes sean víctimas y terminen enfermos como consumidores. Enfrente a los “industriales” de la droga y a las mafias de narcotraficantes. Es más difícil, pero no hay razón para escoger la vía más fácil.
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