Flavio Restrepo Gómez


“Los políticos son hombres que contrajeron el hábito de mentir, el hábito de prometer, el hábito de sonreír, el hábito de sobornar, el hábito de estar de acuerdo con cualquier auditorio, el hábito abundante de la popularidad”.
Opinión de Jorge Luis Borges sobre los políticos.
Ya nada parece conmovernos. Nos acostumbramos a una vida que parece normal, sin serlo. Vivimos rodeados por una desigualdad e injusticia, que dan forma a una bomba social a punto de estallar. A los dirigentes no les importa. Eso no es con ellos. Creen ser intocables e inmunes a cualquier cambio en el rumbo del país, mal manejado, despóticamente dirigido, olímpicamente gobernado. Una serie de incapaces que no tienen preocupación por la gente, por sus déspotas descarados que hacen parte de las castas políticas, de los negociantes de favores.
El mundo entero está revolucionado. A nadie le importa lo que aquí pase, el día en que la gente no esté dispuesta a aguantar más. Ese día será el que un presidente muy cuestionado llamó la hecatombe. La hecatombe la producirán los políticos. Porque la desigualdad, el cúmulo de malos manejos de lo público, el enriquecimiento ilimitado de unos pocos a expensas de mayorías que viven en la pobreza o cerca de ella, sin que vislumbren una posibilidad real de reconocimiento de su existencia, de sus derechos, de políticas que se establezcan para favorecerlos y cuidarlos, para tenerlos en cuenta, para demostrarles con realidades palpables que son ciudadanos iguales a todos, que tienen deberes, pero también derechos.
No, aquí solo tienen deberes. Y lo peor es que el deber obligatorio, impuesto a las buenas o a la fuerza, es el de ser sumisos y aguantar en silencio, sin protestar la realidad de sus vidas miserables, su falta de oportunidades, su absoluta incapacidad para ceder los recursos del Estado para todos, en iguales condiciones a como lo hace la policlase que se adueñó de todo, sin que les importe un pito, creyendo píamente que la vida y el tiempo que suelen ser testamentarios, no les pasarán cuentas de cobro.
Colombia no resiste más ser una democracia falsa, que tiene el más olímpico desprecio por los menos favorecidos, por los trabajadores, por los empleados del común. Aquí solo importan los latifundistas, los grandes empresarios, los expertos en ganar miles de millones como recicladores de dinero, que no producen nada útil, nada que sirva a las mayorías, nada que les dé dignidad a los colombianos del común y del corriente. En fin, Colombia no puede aguantar más que sus habitantes, la gran mayoría, estén en medio del fuego cruzado, de los mercaderes de injusticias y los políticos que se las legalizan.
Como si todo ese panorama no fuera ya de por sí desolador, nos encontramos con situaciones reales que demuestran el desprecio absoluto por la naturaleza, el cuidado de los ecosistemas, la preservación de las cuencas, el cuidado de ríos y costas, convertidos en vertederos de basura, donde se acumulan sin freno todos los desperdicios de una sociedad a la que no le importa la contaminación, el calentamiento global, el camino que recorremos al punto sin reversa del apocalipsis, en el que el ser humano desaparecerá del planeta, porque no tendrá qué comer, dónde resguardarse, cómo protegerse de las inclemencias del tiempo; ese tiempo que pasará su cuenta de cobro a los insensatos que sin ruborizarse volvieron costumbre destruirlo todo.
Asistimos a la comedia bufa, de nuestros legisladores, que solo se preocupan por sacar adelante leyes que favorezcan a los que no necesitan ser favorecidos, por establecer leyes que los favorezcan a ellos, sin que tengan la posibilidad real de ser destituidos y enjuiciados por sus desmanes e irregularidades.
Un ciudadano pretendiendo ingresar en la carrera política, buscó un amigo sabio que lo aconsejara. “La receta es simple: haga cosas diferentes e inesperadas, por ejemplo agradar en la empresa, ser duro con los funcionarios públicos, rechifle a los obispos y curas que se meten en política, en vez de cuidar de las almas. En la televisión hable con voz dura como si fuera el dueño de la verdad”. El ciudadano se fue desanimado. Era un imposible.
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