Flavio Restrepo Gómez


La mayoría se ha ido acostumbrando a la convivencia con la corrupción y los corruptos, desde que esta Nación se independizó de los que la colonizaron. Esos que nos dejaron como herencia todos sus vicios, toda su decadencia, toda su historia de desafueros. La disfrazada tiranía, que una reina, Isabel la Católica, le dio al genovés Cristóbal Colón, con carta blanca para que se aventurara en la búsqueda de un Nuevo Mundo.
No nos enviaron lo más granado y culto de su sociedad. Nos enviaron presos y piratas, capitanes filibusteros, que eran desechados de su Madre Patria, para que hicieran y deshicieran en la tierra nueva que pisaran. Lo hicieron con la hipocresía de portar un Cristo como estandarte, para avisarnos que la colonización no solo sería la usurpación de este nuevo mundo, sino la imposición de una cultura, de una religión y de una lengua que se forjaría a hierro y fuego, o en el cadalso, para acabar con todo lo que encontraran a su paso, con la compañía inseparable de la violencia, que infundió miedo y esclavizó a los que habitaban esta parte del mundo.
El propósito único era acrecentar sus dominios, para hacerse a sus riquezas y establecer la colonia, como si se tratara de una hija legítima del Reino Español. Es a la mala suerte de haber sido colonizados por ellos, a lo que debemos la mayoría de nuestros males, muy pocos, casi ninguno, de nuestros bienes.
Y el tiempo pasó, se levantaron los que nos independizaron. Todos con la guía libertaria de Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio José de Sucre, Atanasio Girardot, Antonio Nariño, José MaríaCórdoba, Policarpa Salavarrieta, Camilo Torres, Francisco José de Caldas, que con valor y determinación, dieron el paso para dar inicio a una nueva Nación, independiente y legítima.
Pero lo que se hereda no se hurta. En ese tiempo y hasta nuestros días, se entronizaron la corrupción y la violencia como una manera de vivir. Establecieron que ser inmoral era una buena opción para hacer la vida nueva. Desde entonces vivimos en una república corrupta; con una clase política absolutamente deshonesta, que no conoce límites. Una policlase que está dispuesta a cualquier cosa, con tal de mantener el privilegio de gobernarnos, posando de honestos y justos, pero con la verdadera intención salida a flote, que no otra, que el enriquecimiento personal, familiar, el de sus seguidores cercanos y amigos de tropelías.
Hay excepciones a la regla, existen algunos políticos no corruptos, pero lo tienen que demostrar, ante la evidencia irrefutable de esa mayoría de delincuentes, que sin vergüenza, se adueñaron del país, lo desangran y gozan de impunidad. Ellos hacen las leyes con las que nos gobiernan y se protegen; nombran a los que nos juzgan y los perdonan.
Los políticos de hoy no tienen la gloria de nuestros patriotas, ni su honor, ni su valor, ni su dignidad, pero tienen una gula insaciable de poder. Convirtieron esta nación en un circo político, donde ellos mandan, se enriquecen; enriquecen a sus amigos, familiares, conocidos y seguidores de primera línea, creyendo con cinismo que los bienes públicos les pertenecen, los pueden manejar a su antojo, que de ellos pueden obtener ilegales y jugosas ganancias, expertos ahora en el degradado ejercicio de la función pública. Tarde o temprano caerán, porque los dineros a los que se hacen, robando, son dineros malditos, que terminarán por arruinarlos. Quisiéramos que fuera ya, pero la vida se toma su tiempo y da vueltas que no podemos predecir.
Es a estos personajes salidos de la nada, que se han tomado todo, a los que debemos la mayoría de nuestras desgracias, todo nuestro atraso, la pobreza de las mayorías, la ignorancia de un alto porcentaje de la población, el desplazamiento forzado de millones de familias. Baldíos apropiados, tierras de desplazados, contratos corruptos. En fin una riqueza llena de sangre o llanto, de cinismo, de trampas, de desvergüenza.
“Más que por la fuerza, nos dominan por el engaño" (Bolívar).
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