Flavio Restrepo Gómez


No importa que hayamos tenido el peor año de nuestra historia. Ni que haya sido un año digno de olvidar, vivido sin vivirlo, en medio del confinamiento, la pandemia, la cuarentena prolongada hasta hacerla permanente, para evitar el contagio con el coronavirus. Tampoco importa que el precio que hayamos pagado sea muy alto, se hayan perdido empleos, fuentes de ingresos y trabajos; que haya venido la hambruna, la pobreza extrema; se haya hecho evidente la diferencia entre los colombianos del común y esas “élites privilegiadas” que nos gobiernan y manejan el mundo de los negocios, con los que se enriquecen sin medida, a expensas de la pobreza de los otros.
Tampoco importa que jóvenes y niños no hayan podido estudiar; que la educación esté al alcance de los pocos privilegiados que tienen la posibilidad de usar un computador y tener internet, en este país en el que no es universal. Menos importa, que las familias hayan quedado divididas, se hayan visto sometidas a extremos de alejamiento; que los muertos no hayan sido acompañados y que los que les sobrevivieron, no hayan podido darles el último adiós; menos aún que abuelos hayan sido separados de sus nietos y a los nietos se les haya obligado a privarse de disfrutar de sus abuelos.
Carece de importancia, la cantidad de familias que se han desintegrado, sometidas al aislamiento, recrudeciendo violencias intrafamiliares que han salido a flote, como una realidad que hemos querido ignorar, porque “la ropa sucia se lava en casa”. No importa que los familiares se hayan distanciado, que la vida sea una cuestión de aislamiento, con el menor contacto posible entre los seres humanos, para no permitir la diseminación del contagio por el virus, produciendo un aumento exponencial de los que mueren por el contagio, aunque el precio sea pagado con la muerte de muchas de las relaciones que la gente tiene y no pocos de sus afectos.
No importa que los asesinatos de líderes sociales pasen al olvido, como si no tuvieran valor, que la desaparición forzada de muchos no sea hoy de importancia, demostrando, la poca significación que le hemos dado a los aprecios. Si, no importa que los valores se hayan perdido y estén en el olvido, porque un minúsculo germen y un gigantesco poder de disuasión, han hecho, que mantener el aislamiento social, sean las armas con las que controlan el virus y además comienzan a controlar la sociedad y el comportamiento de la gente.
No importa que los líderes sociales sean asesinados impunemente, que los campesinos sean despojados de sus tierras y desterrados, para que en ellas se apoltronen sin vergüenza alguna los acaparadores, usurpadores de propiedades ajenas, ladrones de alto vuelo, que, aunque parezca raro, son en su gran mayoría salidos de las elites sociales y económicas que tenemos en este país, donde todo vale nada y el resto vale menos.
No importa que las medianas empresas quiebren, que los trabajadores que se ganan la vida con el producto de la jornada diaria, no tengan como mantenerse, no puedan comer, ni dar comida a sus hijos; que estarán sometidos a situaciones desesperadas de hambre, a situaciones de desesperanza absoluta, en una sociedad en la que la solidaridad nunca ha sido una virtud generalizada, porque tenemos una estructura social apalancada en la discriminación y la diferencia; una sociedad que es poco, si alguna vez ha sido, solidaria ante las situaciones críticas que le suceden a nuestros vecinos y compatriotas.
No importa que la desigualdad se agigante, que la injusticia se vuelva una costumbre que hace parte de nuestro trasegar diario. No importan los otros, solo tienen valor y pueden seguir con sus vidas normales, los privilegiados y los políticos, los hampones y los delincuentes, los que carecen de valores éticos, los que no conocen el significado de la palabra solidaridad, ni tienen principios éticos o morales que les impidan actuar impunemente en medio de esta situación de desesperanza universal que vivimos.
No importa eso, porque hoy es Navidad. Hoy celebramos el nacimiento de un niño que luchó contra toda discriminación y desigualdad; que se hizo matar por defender los derechos de los demás, incluidos sus enemigos. Su nacimiento fue una señal de esperanza y lo sigue siendo entre los que creemos, que todo lo que “no importa”, es lo que sí importa, para poder vivir dignamente, con esperanza y fuerza para la lucha diaria. La esperanza no se ha perdido y si luchamos lograremos mantener viva la llama de la reconciliación y la paz, que nos han sido tan esquivas. Porque creo en ese valor, le deseo a todos, una feliz Navidad.
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