Ya la elección del abogado Iván Duque es parte del pasado reciente. Ahora estamos en el presente y se han visto, oído y leído cosas y conceptos que son contradictorios y peligrosos para la enclenque estabilidad de nuestro país. El futuro es una mezcla de incertidumbre y de incumplimiento de promesas, cumpliendo aquellas que nos retrocederían a un pasado que no parece halagador. Lo que ha realizado Duque con detener el proceso de la JEP, a pesar del mensaje de urgencia del presidente Santos, pone a tambalear la paz, la convierte en un juego de fortines políticos electos y con puesto en el Parlamento.
Suspender el efectivo cumplimiento del mismo es un golpe a la institucionalidad, una bofetada a las víctimas, que fueron las que pusieron la vida, una patada a los negociadores de la misma, que la lograron con no pocas dificultades, contra un No obtenido con mentiras y apelando al odio “buscando que la gente saliera a votar verraca”, como bien lo afirmó Juan Carlos Vélez.
Pero eso es apenas el principio. Cuando tenga que repartir la piñata politiquera entre los que lo respaldaron, saldrán a flote, muchas de las prácticas políticas más negras y oscuras de nuestra vida como nación. Los corruptos que lo apoyaron, no lo hicieron por honor a la Patria, que eso les importa un bledo; lo hicieron para exigir el pago correspondiente por su adhesión, que no fue gratuita, y que conociendo los personajes, le va a salir muy cara. Cara no solo para él, que eso no importaría mucho, cara para Colombia, que no merece seguir en la indigencia política, por cuenta de tanto pelafustán, de tanto gamín, de tanto rufián que hace parte de ella, sabiendo que con el orden que tienen establecido, es una mina inagotable de recursos mal habidos y de enriquecimientos tan desaforados, como asquerosos, repulsivos y fétidos.
Como bien lo expresa de manera clara y reiterada un hombre transparente y limpio como Carlos Enrique Ruiz: “¡Colombia puede, cada vez que se propone objetivos, con honradez, dignidad y laboriosidad solidaria!... ¡Adelante Colombia, por la paz, la coexistencia en el respeto y acento en los pasos de Educación, Ciencia, Humanismo…!”. Pero eso que parecería una obviedad de orden natural en el ejercicio de la política, es un retén que se convierte en puerta de entrada de muchos de nuestros males, de nuestra desintegración social, de nuestro atraso colectivo, de nuestra desigualdad, de nuestro cada vez peor nivel de desarrollo en lo humano, para dar paso a la avalancha de los vividores de la política, que se adueñaron del país de todos, como si estuvieran trabajando en una finca que les pertenece con exclusividad.
El proceso de empalme con el presidente Juan Manuel Santos ha comenzado. Estamos a un poco más de un mes de su posesión como nuevo Presidente de Colombia. Esperemos que todos los esfuerzos que se han realizado para alcanzar la paz, no sean tirados por la borda, para volvernos a un estado de zozobra y guerra que nos devuelva a épocas que apenas comenzamos a superar, para que no tengamos que comenzar otra era de guerras sin cuartel, en la cual los muertos corren por cuenta de una sociedad civil que debía estar siempre blindada contra las arremetidas de la violencia.
El equipo de colaboradores que ha nombrado es de muy altas calificaciones académicas, pero no tiene nada de renovador. Es el reencauche de personas que ya han pasado por anteriores gobiernos como participantes en ellos o como directos asesores de los mismos. Sus resultados no han sido buenos. La historia no miente. Reencauchar burócratas y amigos que lo asesoran como renovadores es un salto al vacío, volver a probadas políticas que han fracasado cuando han sido ejecutadas, demostrando que su aporte no fue redención para Colombia, que no trajeron progreso, ni reivindicaron derechos de minorías, que en este caso son la mayoría de los colombianos, esperanzados en un futuro mejor.
Pocas expectativas tenemos de una renovación verdadera de la poli-clase, menos aún de la burocracia y de los asesores expertos que nos trazarán el nuevo rumbo. Pero guardemos la esperanza de que no sea volver a reeditar la ya fallida política que hemos vivido con gobiernos anteriores, en los cuales el bienestar general es el menos general de los intereses reales de los que nos gobiernan.
Ojalá el nuevo gobierno no haga trizas de un solo golpe lo poco que hemos avanzado en el proceso largo y escarpado por construir una Colombia más digna y menos violenta; que la nueva administración no venga para establecer un nuevo aquelarre de políticas que benefician a minorías y enriquecen grupos privilegiados, que siempre han sido favorecidos por las políticas gubernamentales, que el bien común esté por encima de los intereses de unos pocos privilegiados que acompañaron al elegido en su carrera.
La oposición será sin duda clave, para controlar ese desmedido afán por hacer que el futuro sea un retroceso, lleno de desigualdad e injusticia. Colombia merece mejor suerte. Estaremos atentos.
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