Llevamos apenas tres semanas del nuevo gobierno y el panorama parece mejor. Los nombramientos de los ministros han sido, en general, una elección de personas decentes y honestas que saben de sus cargos, conocen bien la estructura del Estado. Si lo hacen bien, el futuro para Colombia será sin duda alguna mucho mejor que los más de 200 años de esa “tiranía” hipócrita y deshonesta que manejó el país a su antojo, para favorecer clanes de cacaos, poderosos gamonales regionales y personas muy deshonestas, que nos convirtieron en un país paria en el mundo entero.
Un país de desigualdades infranqueables en el que la vida valía nada, sus necesidades no satisfechas no tenían importancia alguna, su desarraigo y la pérdida de sus raíces, de su tierra, de sus lugares de nacimiento y vida, fueron ocupados por usurpadores de tierras y desplazadores de gente, apoyados por fuerzas oscuras que con el poder de las armas y de la capacidad de matar sin tener que pagar por eso, nos construyeron un país violento, despiadado.
Que entre los que hay actuando en diferentes actividades políticas de ahora haya algunos corruptos, no puede negarlo nadie. Hay gente corruptísima adherida como sanguijuela a la teta del poder, posando de acrisolada, cuando son la representación de lo peor que han tenido las diferentes regiones en el manejo de lo público. Pero esas excepciones no son la regla, y por eso el país avizora tiempos de cambio, muestra la esperanza de un mañana mejor y más prometedor, con la posibilidad de comenzar a vivir en paz, sin estar dominados por el imperio de los delincuentes de cuello blanco que han hecho lo que han querido, como han querido y donde han querido.
No cabe duda de que el cambio será paulatino, menos rápido de lo que todos esperan, pero si no cambian las ideas de quien nos manejan ahora, ni se desvía por senderos de rebeliones o dictaduras, habremos comenzado a construir un país decente para todos. Un país donde no se marginalicen personas de la vida cotidiana, dejadas al azaroso vaivén de la desidia del Estado, de los inescrupulosos que se robaron los dineros para amasar fortunas incalculables y vivir en paraísos solo imaginables en un una novela de fantasía, en la que los que tienen poder miraron con desprecio a los que no lo tenían, construyendo verdaderos monumentos a lo más grotesco que puede tener una sociedad, cuando sus dirigentes no tienen escrúpulos, ni leyes que los limiten, ni autoridades que los vigilen, ni castigos de verdad por sus delitos, por sus excesos, por la malversación y robo de lo que siendo de todos, pasó a pertenecerles a ellos, sin que nadie pudiera evitarlo.
Esperemos que el rumbo tomado no cambie, que siga siendo prioridad la Colombia Humana que promocionaron, para que podamos volver a pensar en la utopía realizable, de ser un país digno, decente, respetuoso de la Constitución y de las leyes. En una Colombia donde todos tengan iguales oportunidades, no estorben las diferencias de opinión ni de clase, si eso no está ligado al hambre, al olvido, a la pérdida de todos los valores, las ilusiones y las oportunidades. Tenemos que seguir intentando construir un país digno, donde cada colombiano sea tenido en cuenta como un componente de esta sociedad, hoy resquebrajada y dividida por abismos infranqueables de desigualdad y de oportunidades.
El derecho a la educación debe ser el pilar fundamental sobre el que se levanten los cimientos de esta nueva república, para que las diferencias no sean por falta de oportunidades, sino el resultado de las habilidades, honestas y dentro de la ley, que cada persona o familia construya en adelante. Solo en un país que tenga conciencia social, que se duela de los indigentes, de los pobres de solemnidad, de los abandonados a su suerte, se podrá tener la esperanza de dejar esa cloaca llena de purulencias como la que ven desde fuera.
Pero esto apenas comienza. Tenemos que estar vigilantes, construir una sociedad solidaria que denuncie al delincuente y al hampón, al bastardo que se apropia de lo que es de todos. No podemos permitir más invasiones de baldíos por gamonales con poder, desplazando a los nativos de esas regiones, desterrándolos de la tierra que era de ellos, para aumentar su riqueza con esa gula insaciable que los caracteriza. Todos tenemos que ser vigilantes y actuar para hacer posible el sueño de un país decente.
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