Flavio Restrepo Gómez


Se cumplieron los 100 años del “periódico de casa”. Parece poco importante en el mundo de hoy, desprendido del pasado y pensando permanentemente en un futuro que todavía no ha llegado, ese que se presagia entre nosotros, lleno de injusticias y desigualdades, haciendo que la vida del Dr. Héctor Abad Gómez, llevada a novela y película, tengan permanente actualidad entre nosotros, en este país de diferencias, despotismo, impunidad y burocracia.
Pero en medio de esta calamitosa situación que vivimos, que ha llegado a los niveles de “Cosa Nostra”, con represión y muerte solo equiparables a la de mafiosos y terroristas con sus grupos de guerra, sin respetar la vida y la naturaleza, como si fuera un gran acto de revolución, destruir todo lo que encuentran: bosques, selvas, ríos, páramos.
En este mundo macondiano que nos legó Gabo se producen escasas, pero buenas noticias y acontecimientos. Uno de ellos, sin duda, es el centenario de La Patria, un periódico que ha respetado la diversidad de opiniones, la libertad de prensa ha sido mantenida como un rarísimo valor entre los periódicos colombianos, sin ponerle condiciones a los que escriben, diferentes a las de la verdad y el respeto.
La Patria durante 100 años y 4 días, ha contado el acontecer regional y nacional, haciendo visible la realidad de lo que fuera el “Eje Cafetero”, 3 minúsculos departamentos, con inmensos valores culturales y regionales, mas grandes que su extensión y mas altos que los nevados que los circundan. La Patria, ha mostrado durante un siglo la vida colombiana, como se ve desde la región andina, con todo el tesón de una raza, la determinación de un pueblo, la vocación de ciudades culturales y universitarias; agroturismo y reservas ecológicas que son un verdadero tesoro para ser conservado, sin importar el costo, porque estamos en una época en la que la naturaleza comenzó a pasar cuentas de cobro, con muchas vidas perdidas y con mucha pobreza, por el uso indiscriminado e irracional que los animales humanos, únicos bípedos sin plumas, le dan a la misma, tratando de dominarla, para convertirla en gigantescas zonas de monocultivos, deforestación, culto al cemento, con el derrumbe de laderas, aplanamiento de colinas y rellenos entre montañas.
El periódico ha pasado por todas las crisis que hemos tenido en estos 100 años, ha continuado su labor y ha salido airoso. Es la fuente de información de la región cafetera. Sus páginas están llenas de historias que puede ser releídas en los archivos de la casa editorial o en la biblioteca del Banco de la República. Han pasado por ella eruditos, sabios, letrados y sobresalientes. También lo hacemos los que tenemos pasión por escribir lo que pensamos, como lo pensamos, sin medias tintas. Evidentemente no falta, pero es escasísimo el que escribe por lo que le representa como negocio de manipulación mediática.
Yo comencé con una escrito que envié a Luis José Restrepo: “La crema del poder”. Continuar escribiendo, se lo debo a Arturo Yepes. En un viaje que desviaron de Bogotá, venían los políticos de Caldas. Yo era el único sin carro oficial con chofer. Arturo, en Pereira me preguntó si quería que me llevaran a Manizales. Acepté. Yo estaba cansado, cuando el dijo como se aprobaba una ley: “Este proyecto de 400 páginas, nadie lo lee. Lo aprueban a pupitrazo”, dijo al conductor. Me disgustó. Sacó su computador. Tenía perfecto conocimiento de sus seguidores; le dijo al conductor: “a fulanito que lo promocionen, a zutanita, que se le reconozca su lealtad con un ascenso. A perencejo que lo saquen del cargo”. El conductor, tímido, le dijo: “Dr. Arturo, no, ese hombre tiene 8 hijos y se mueren de hambre”. Arturo contestó: “Me falló, si se muere de hambre no es mi problema”. Yo no podía creerlo. Ese día pensé: “Te ganaste un cirirí para lo que hagas en la vida pública”. No era contra el senador Omar, ni contra su familia, como creían. Ese episodio de indolencia y prepotencia me convirtió en columnista de La Patria.
Me siento muy orgulloso de serlo y de haber compartido con tantas personas en el periódico, Don Ariel, Orlando. Con Nicolás y todos los amigos que están hoy, siguiendo sus pasos. ¡Que viva La Patria!
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