Fernando-Alonso Ramírez


Es Baltasar Gracián el artífice de una frase que ha hecho carrera y que va de boca en boca: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Los periodistas tenemos otra: “Escribe largo, porque no tiene tiempo de escribir corto”. Ambas tienen que ver con la necesidad de ser precisos en el lenguaje, de decir mucho en pocas palabras, y esto requiere trabajo y aprovechar las posibilidades del español.
El haikú -recuerden que la Academia de la Lengua lo acepta con tilde o sin tilde- se ufana de decir tanto en tan poco, y no es solo asunto de brevedad, es de profundidad. Cuando el poeta aborda este género está dispuesto a desnudar su alma.
Imperturbable
guijarro del camino
sandalias rotas.
Una poesía tradicional también habla de las interioridades del poeta, pero lo que tiene el corto género japonés es que se trata de sacar en 17 sílabas lo más profundo del autor. Los sentidos lo son todo para expresarlos en tres versos. A la ortodoxia del género se atuvo el escritor caldense Orlando Mejía Rivera para mostrarse versificador.
Bien lo dice Umberto Senegal en el prólogo que le dedica a Reflejos de luna, como se titula este libro: “Orlando es deferente y reverente con la tradición formal del haikú, en cuanto se refiere a distribuir los versos de sus poemas ciñéndose a la estricta pauta del 5-7-5”.
Como el Buda
el elefante blanco
tan memorioso.
Confiesa el autor que estos poemas escarban en su memoria más lejana, su primera infancia en una finca de Cundinamarca: “Lo cierto es que me volví a conectar con mis primeros cinco años de vida, que se encontraban ya sepultados en el osario de los olvidos”. Y así lo demuestra:
Húmedo bosque
el rocío matutino.
Tierna infancia.
Orlando Mejía irradia sabiduría. Este médico internista investiga hasta el origen la medicina. Sus libros de historia sobre este asunto se venden muy bien porque se trata de un trabajo de cuidado y fidelidad. Es venerado como un ensayista de quilates. También es un narrador de ficción que sorprende con sus personajes que retratar a un adolescente manizaleño de los años 80, en Recordando a Bosé, o a un viejo sabio como Galeno, en El médico de Pérgamo.
Es interesante ver que Orlando sale muy bien librado en las novelas cortas, que sus mejores cuentos parecen destacarse en los microrrelatos y ahora, cuando decide por la poesía, escoge la contundente espiritualidad del haikú. Ah, el hombre sabio es aquel que hace sencillo lo difícil, él se encarga del trabajo duro para que el lector la tenga fácil.
Lo hace además de manera consciente. En busca de hacer comprensibles las cosas, aborda el autor el ensayo y la literatura, y ahora parece que también la poesía, como en este haikú que nos llega a quienes amamos esta región:
Verdes colinas
aromas de café.
¡La felicidad!
Fue el gramático colombiano José Eusebio Caro el que sostuvo que un poeta de primer orden debía tener tres cualidades: “inspiración, sentimiento y gusto”. Es claro que no falta ninguna de estas a nuestro sabio autor, que además le agrega trabajo. Según Roque Barcia en sus Sinónimos castellanos, sabio es el hombre que ha aprendido mucha doctrina, pero no solo por estudio, sino por observación y por propio talento, y parece retratar a este haijin. Porque observación y memoria se notan en sus palabras:
El jardín bonsái
naranjo florecido.
Sombras por dentro.
Orlando, además, rinde culto a sus mayores, a los cultores del haikú japonés. Matsio Basho fue un poeta del siglo XVII a quien se le atribuye el haber logrado que se respetara este estilo versificador, que los tradicionales autores de la época consideraban menor. De fuentes como esa bebe el autor caldense y lo reconoce en su trabajo:
La misma luna
que Basho contempló
nos ilumina.
"Que un solitario lector sonría o sienta en las entrañas uno solo de mis haikús será suficiente para mí", escribe Orlando. Me declaro ese solitario lector. Ojalá esta edición de la editorial independiente Letra a letra se pueda conseguir con facilidad, para que los interesados puedan leer esta profunda brevedad y que así #HablemosDeLibros.
Salta el sapo
con diez patas velludas
en Hiroshima.
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