Que no se llame a engaños. El diseño de esta página, en la que se destacan algunas citas, aforismos, del pensador manizaleño, médico y escritor Orlando Mejía Rivera, no crean que trata de reducir sus ideas. Todo lo contrario, es una forma que elegí en busca de lograr que ustedes se interesen por leer su más reciente trabajo Las enseñanzas de los sabios y otros miniensayos, que es una compilación de textos suyos escritos a través de los años en este mismo espacio en el que yo escribo, Papel Salmón.

Esta miniseparata cultural sigue teniendo valía por plumas como la de Mejía Rivera que nos ilustran con su lucidez, con su estilo directo y claro, con su profundidad en pocas palabras. Es un hombre curtido en diferentes ramas del conocimiento y es en el ensayo en el que hace sus más grandes aportes. Desde sus comentarios de libros, sus vaticinios filosóficos de lo que nos espera como humanidad, se muestra siempre como un intérprete, como el verdadero filósofo que hace las preguntas indicadas para que intentemos responderlas o ampliarlas.

Colombia tiene hoy grandes ensayistas. Para la muestra William ospina, Mauricio García Villegas, Julio César Londoño que además escribe el prólogo de este libro. Y en este grupo se encuentra este manizaleño nacido en Bogota, que nos ilumina con su mente ilustrada.

En medio de esas profundidades hay un nostálgico que ya se había dejado descubrir en Recordando a Bosé o en su libro de haikús, Reflejos de luna. Ahora también se le escapa esa nostalgia en varias de sus columnas recogidas en esta obra.

Solo una sugerencia, siempre resulta mejor poner la fecha en la que se publicó originalmente el texto, esto con el fin de que el lector pueda ordenar mentalmente lo que lee, así sean textos como casi todos los de este libro atemporales. Vale la pena que lo lean, además recuerden que viene con descuento para suscriptores de La Patria y así podamos hablar de sabios, de pensadores, del pasado y del futuro, y, sobre todo, para que #HablemosDeLibros.

Sus frases

Benjamin no necesita de estatuas en los parques, basta que algunos lo continuemos sintiendo como un contemporáneo de este tiempo de pesadilla kafkiana con coreografía de Hollywood.

Si Dios ha muerto solo es posible encontrar lo sagrado en el erotismo de los cuerpos desnudos, el espíritu habla a través de los susurros del orgasmo del amado.

La curiosidad es un vicio inagotable y la verdadera madre de todas las incertidumbres.

La inmediatez de eta literatura menor, al servicio de la estupidización colectiva de la humanidad se premia con el éxito y el reconocimiento social, se ingresa a los circuitos comerciales si las palabras se tornan inofensivas, repetidoras de eslóganes aprendidos, alejadas del mundo de la vida.

Un escritor del nuevo milenio debe releer con un sentido contemporáneo a los clásicos y ser capaz, de manera simultánea, de comprender las implicaciones sociales de la ingeniería genética o de la cibercultura.

Morir dos veces es indispensable para alcanzar la inmortalidad de los sabios y de los inocentes.

Nuestros juicios innatos morales provienen de las emociones profundas de cada uno y son universales en su aplicación, sin necesidad de teorías previas.

Desde el punto de vista del conocimiento y de la literatura no tiene ninguna validez actual la dicotomía histórica entre centro y periferias, entre capitales y provincias. Solo quedan las mentalidades provincianas y las universales, que no dependen ya del sitio geográfico donde se habita.

El ejercicio de conversar conlleva la construcción de una ética ciudadana, en la que las ideas distintas no generan conflictos violentos, sino reconocimientos basados en la tolerancia.

Vivimos en un mundo de imágenes y realidad virtual, donde la derrota del pensamiento humaista parece ser aplastante y el ocaso de los intelectuales está anunciado por los altavoces de los dueños del poder.