Federico Jaramillo Robledo


Lo que vivimos hoy me recuerda mi época de estudiante escolar, las clases de ciencias sociales y español en que los profesores contaban anécdotas y hechos históricos que marcaban un hito importante y definido dentro de las líneas de tiempo que mirábamos en los libros. Muchos de los analistas políticos de hoy coinciden que nuestro país está viviendo uno de estos hitos, para mi digno de cualquier línea de tiempo. Las razones son claras, afrontamos una pandemia que con el paso de los días se recrudece en nuestra ciudad, llevándose vidas de seres que amamos y que no esperábamos perder, a muchos estás pérdidas nos han tocado las fibras más profundas del corazón.
El sector de la salud que con valentía y aplomo ha dado respuesta a la gravedad de la situación, a pesar de las grandes dificultades económicas, lo que obstaculizan cualquier modelo de sostenibilidad. Además, adelanta un proceso de vacunación que avanza lento en número de personas, aunque se percibe una respuesta inmunológica positiva en la población vacunada, en especial en las personas de mayor edad, por su alto riesgo; pero cada las personas más jóvenes son quienes requieren hoy atención hospitalaria. Ojalá todos nos informemos, tomemos la decisión de vacunarnos y completemos la totalidad del esquema, esto último es un factor determinante tanto en la propagación del virus como en la respuesta del sistema inmune.
El segundo hito histórico es la situación política, en que se han oído las voces de muchos sectores de nuestra sociedad que manifiestan su descontento por el rumbo del país y las políticas del actual gobierno. En la mayoría de ocasiones estas manifestaciones han sido pacíficas, pero lastimosamente no en todas. No es sano para una democracia donde priman los derechos consignados en la Constitución, que la agresión física o verbal sea moneda de cambio. Con violencia no se negocia.
Y así como están establecidos los derechos, también lo están los deberes y el primero de estos es el de respetar los derechos de los demás. La razón de esto es muy simple, al yo respetar el derecho de otro estoy respetando el mío. Esto es un círculo virtuoso con repercusiones inimaginables. Estoy convencido de que el cambio que tanto anhelamos en nuestra sociedad está en cada uno de nosotros, en cada acción cotidiana, como estar en clase, ir al sitio de trabajo, usar los medios de transporte o compartir en el entorno familiar.
A muchos jóvenes en todo el país nos preocupa esta incertidumbre, la falta de liderazgo y de voces reales que expongan las necesidades que tenemos, el cambio que pedimos y la sociedad que soñamos. Es deber del Estado generar unas condiciones habilitantes y propicias para el desarrollo de las personas y los jóvenes a través de políticas inclusivas que den cuenta de nuestra multiculturalidad.
El primer paso será elegir esas voces que lleguen a un consenso sobre nuestra visión de país en donde todos y cada uno pueda sentirse incluido e importante. Esto va a requerir de nuevas formas de comunicación, más cercanas, asertivas y propositivas que respondan a la apatía y al malestar general causado principalmente por la sensación de desconexión entre gobernantes y gobernados.
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