Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com
La vergüenza, según el diccionario de la Lengua Española, significa turbación del ánimo ocasionado por la conciencia ante alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante. Sinvergüenza, según el mismo diccionario, denota pícaro, bribón, que comete actos inmorales e ilegales en provecho propio.
Cuando algunos integrantes del Estado cometen actos ilegales, antiéticos e inmorales, tales sucesos deben constituirse en razón suficiente para que se sienta vergüenza de lo que se ha hecho y asumir las consecuencias de los actos y decisiones.
Por lo mismo, cuando esta trasgresión la ha generado una persona que ocupa un cargo de responsabilidad pública, además de asumir responsabilidades, debe separarse del puesto que ocupa para dar trámite transparente al respectivo proceso investigativo que se requiere, como un indicador de la responsabilidad y por el respeto que se debe tributar al Estado y a la Sociedad.
Pero cuando no se asume o se pretende justificar la trasgresión de estas actuaciones con galimatías, estamos ante un Estado y una Sociedad ‘sin-vergüenza’, que nos demuestra la degradación e incapacidad de un control moral, ético y legal.
Una realidad, que parafraseando a Mauricio García Villegas, es provocada por integrantes “vivos y arrogantes”**, que se amparan en su lugar de poder y visibilidad política y pública. Se requiere sentir vergüenza como parte de la reparación a las transgresiones de diferente índole, que se han repetido por años y que pareciera que no tienen fin.
Estas son historias que se reproducen una y otra vez sin asomo de culpa, responsabilidad ni mucho menos vergüenza. Actos a través de los cuales, se han cometido toda clase de atropellos en los que danza el irrespeto, la indignidad y la burla a los valores mínimos éticos y morales.
Se pierde la confianza en este tipo de personas que con su egolatría, indiferencia, arrogancia y haciendo uso de la ‘Ley del atajo’, se pasean por diferentes cargos públicos sin ninguna muestra de vergüenza cuando cometen actos ilícitos. Con un agravante y es que además se sienten respaldados por sus jefes, quienes sin pudor alguno ni recato, les premian sus actos irresponsables, indecentes e indecorosos, ya sea nombrándolos en otro cargo, con una mayor remuneración o condecorándolos, como si fueran héroes.
En este sentido, no se sabe a quién le falta más vergüenza.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
**García Villegas, M. (2017). El orden de la libertad. Fondo de Cultura Económica. (pág. 93). Bogotá.
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