Esteban Jaramillo
@estebanjaramillo
Llegaron los negros del ataúd y cargaron con todo.
Con su macabro baile, se llevaron el cadáver de la Selección, las promesas no cumplidas y las ilusiones de los aficionados, secuestradas por los futbolistas desde el comienzo de la Eliminatoria.
Con la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Cesó la horrible noche. El viaje al Mundial fue un viaje al vacío o a la nada. Los protagonistas mancharon la pelota. Vivimos por meses en el engaño, al borde del abismo.
Fue un fracaso, pero no una tragedia. Siempre se ha dicho que el fútbol es lo más importantes... entre los menos importante.
Tragedia la de Andrés Escobar, después del autogol homicida en el 94. Paradójico es que algunos de sus compañeros, que fabricaron el peor desastre, hoy se disfrazan de periodistas en los medios, pontificando. Predican lo que no hicieron. Así es la vida.
Tragedia, el atentado a las torres gemelas, o un tsunami, o Armero o la guerra entre Rusia y Ucrania.
El fútbol no es el juego de la vida. Con la vida no se juega. El fútbol es simplemente un juego, aunque se juega como se vive... y mal vivimos.
Nos quedamos sin mundial. Nos liquidaron las rodillas de Falcao, las gambetas inútiles de Cuadrado, los descuidos de Ospina, los defensas centrales en patineta, la ausencia de fútbol y ambiciones, sin modelo de juego, con Reinaldo Rueda sin liderazgo, la falta de gol y jerarquía, los puntos perdidos en casa y la cabeza de James Rodríguez.
Qué daño hizo James, porque tanto para él como para la Selección, la pelota rodó fluida fuera de los estadios, en medio de los escándalos, que también se maquillaron con excusas.
Nos sacaron los partidos sin triunfos, el festival de los egos, el vestuario envenenado. Los tatuajes, los espejos y el dinero. Los futbolistas ostentosos sin fútbol y sin compromiso, empoderados por los dirigentes, con premios millonarios.
Declina una generación de oro que transformó la fiesta en sufrimiento jugando a tres bandas, esperando un milagro.
Con el periodismo tolerante, que le vendió el alma al diablo, en defensa del resultado y en perjuicio del buen fútbol, sin medir la trascendencia del fracaso y embelleciendo por interés la mediocridad.
Especialmente la prensa fogonera, acostumbrada, con sus reacciones, a sacarle beneficio a las caídas.
Solo Luis Díaz salvó sus muebles. Su presencia es un consuelo.
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