Esteban Jaramillo
@estejaramillo
El Once Caldas se postula para el mundial de tedio.
Viaja sin fútbol, derrapando, a trompicones, buscando un sitio en las finales.
Sus registros son insustanciales en el rendimiento, vacíos de habilidades y combinaciones, sin levantar el ánimo de los aficionados, sin figuras excluyentes.
Corredor, el entrenador, juega a lo Simeone, en el Atlético de Madrid, imponiendo resultados por encima de la estética en el trámite. Con sus gustos por encima de los ideales de los hinchas, lo que justifica con fachadas.
Inadecuadas son sus salidas en falso en las declaraciones. Con ellas no logra confianza o simpatía en las gradas. Al contrario, acentúa el rechazo.
En el clásico ante Pereira, como en el tango de Gardel: "Mano a mano hemos quedado", con poco o nada en el saldo, porque su obsesión defensiva, pasó por descomprimir al Pereira y no por aportar soluciones con una propuesta atractiva.
Los futbolistas no jugaron el partido esperado. Los hinchas tuvieron el suyo con apoyo irrestricto, motivados, en festivo desfile de una ciudad a otra, con la ilusión del triunfo.
Aterrizados, expectantes y optimistas, sin delirios de grandeza, pero confiados.
Habló el estadio desde las tribunas porque allí estuvo la fiesta, con aplausos al comienzo, tensión en el desarrollo y rechiflas con insultos al final, reprobando el juego practicado.
Tambaleante el Once, expuesto a las críticas, continúa su camino con exigentes desafíos en los próximos partidos.
Nada le sobra, mucho le falta, lo que justifica el ajusticiamiento al técnico desde el descontento de los aficionados.
El baile de Edward López, celebrando el insípido empate, cuando el partido había terminado, estremeció las barras locales, lo que convulsionó el camino al vestuario, controlado sin consecuencias lamentables, por la autoridad del árbitro Vergara.
Respecto a la clasificación, no está dicha la última palabra. Así es el fútbol. Pero Diego Corredor tiene el riesgo de fracasar si no flexibiliza sus ideas sobre el juego.
P.D.: El Once Caldas sabe a qué juega, tiene un patrón de rendimiento definido y en su proceso de entrenamiento y competencia, hay trabajo. Otra cosa es que no sea de nuestro agrado.
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