Los colombianos pasamos en promedio más de 10 horas al día frente a distintas pantallas, con prevalencia en móviles y computadores, según Data Reportal Colombia 2021. La pandemia aumentó la productividad de quienes tele trabajamos. Ya no hay descansos, ni cafés en los intermedios con los compañeros. Tampoco desplazamientos, ni caminadas. Saltamos de una sala a otra sin siquiera hacer pausas activas, nos creímos el cuento de la multitarea y hasta participamos en varias reuniones de manera simultánea. Parecemos pulpos dando clic aquí y allá. Pero no solo trabajamos, en estos escenarios también estudiamos, compramos, nos entretenemos y nos encontramos con familiares y amigos.
La fatiga digital es una enfermedad desconocida, ocasionada por el uso desmedido de dispositivos electrónicos, y la mala postura que esto trae consigo. Ojos cansados, visión borrosa, dolor de cabeza y de espalda, problemas de sueño, baja productividad y pérdida del estado de ánimo. En los casos más álgidos, se llega al síndrome del burnout o síndrome del trabajador quemado por el estrés laboral crónico.
Según un estudio de Microsoft a partir del uso de Office 365; desde febrero de 2020 hasta febrero de 2021. Las reuniones virtuales se incrementaron en un 148%, el envío de mails creció en 41 billones, el uso de chats corporativos en un 45%, y en un 66% los documentos gestionados. Todo al alza. Y eso que esta medición no incluye lo que pasa fuera de esta suite, se quedan por fuera Zoom, Meet, WhatsApp y otras tantas.
Me pregunto: ¿Qué hacen las empresas para propender por el bienestar de sus empleados con las nuevas condiciones laborales (esto llegó para quedarse)?, ¿Tendrán reglas claras de horarios para respetar la vida personal de sus colaboradores?, ¿Capacitarán en bienestar digital desde las administradoras de riesgos laborales (ARL)? o ¿Estarán con el discurso de la milla extra y de darlo todo en pro del crecimiento de las compañías… hasta la salud?
Se ve de todo: respeto por el tiempo del otro, buenas condiciones laborales y una falta de coherencia con el discurso, que afirma que el empleado es el activo más valioso, pero que pese a esto debe atender requerimientos laborales en los días y horas de descanso. ¿Y qué tal las llamadas o chats laborales de desconocidos en horas inapropiadas, como la del almuerzo, las noches o los fines de semana? ¡No hay nada que me indigne más!
Como tengo muchas canas (pintadas), recuerdo que en el pasado el reglón infaltable en las hojas de vida era el que rezaba “capacidad de trabajo bajo presión”, y sí, por muchos años lo tuve en la mía, hasta que entendí que no soy una olla pitadora y que está mala práctica debe erradicarse. Prestarse para esa presión atenta contra la salud mental y física del individuo. Hay que saber decir que no.
A mí me falta mucho por aprender, aunque intento autoregularme con aplicaciones de bienestar digital. Con frecuencia pongo mi móvil en ‘No molestar’, tengo configurada la alarma del sueño, y apagadas las notificaciones de los grupos. Admiro a quienes las apagan todas, eso es desconectarse para conectarse con la vida. Les recomiendo la columna de Luis F. Molina, ‘Silenciar para vivir’
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