Nuestro país lleva decenios navegando entre odios que se acrecientan y desconfianza latente; parecemos estar condenados a cruzar un largo túnel con miradas distantes, como enemigos potenciales, con ataques mutuos más que con diálogos de acercamiento y unión.
Por ello me parece útil recordar a un hombre que nació el 31 de agosto de 1908 en Francia; nacido en una sencilla familia creció en lucha por superar la existencia propia y la de los demás. Se graduó de abogado a los veinticinco años y escribió “sigo buscando en la noche”, pues no veía aún un camino de luz para transitar.
Este hombre llamado Jacques Loew llegó a ser ejemplo de lucha por un mundo mejor con su lema: “volar los muros del odio y la desconfianza”. En 1941 se hizo dominico y fue enviado, así lo quiso, a Marsella como obrero y carguero de barcos; se hizo amigo de sus compañeros y alzó el entusiasmo para trabajar sin maldiciones y gritos de odios.
Conoció en esos días a la gran creyente Madeleine Lebrel, luchadora por los derechos humanos en Francia y junto a otros empapados de compromiso llegaron al mundo de fábricas, universidades y trabajadores. Con el nombre de Jesús de Nazareth movieron las nubes que oscurecían el panorama social en Francia con truenos de insultos y actos destructivos.
Hicieron presencia con su movimiento católico en todos los lugares de pobreza y dificultad en la vivencia de los derechos humanos; muchos encontraron una mirada fraterna, fuerte y afectuosa haciendo realidad el “ámanse los unos a los otros” sendero luminoso desde el Evangelio.
Para sorpresa de muchos el Papa Pablo VI invitó a Jacques a predicar los retiros espirituales de Cuaresma en el Vaticano con la presencia del mismo Papa y todos los cardenales de la Curia Roamana en el año 1970, pues querían escuchar la voz del Evangelio brotada del trabajo en medio de las necesidades sociales de la época.
Murió de 90 años después de su retiro en un monasterio Trapense, en el silencio, la oración y sus escritos.
Buena lección para nosotros hoy que bien podemos también “volar los muros del odio y la desconfianza” con una actitud valiente pero amorosa, firme pero no violenta. Es el Evangelio convertido en vida.
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