Efrain Castaño


Era una fresca mañana; aquel 23 de febrero de 1440 un reducido grupo de personas celebró la realización de una búsqueda de años; estaban en un pequeño taller bajo la dirección de un herrero alemán llamado Jannes Gutenberg y vieron cómo gracias a dos planchas metálicas que se unían fue posible imprimir un escrito en una fina hoja.
Fue un gigantesco paso, ya no sería necesario que una persona dedicase semanas y meses para reproducir en una hoja las letras de un escrito una a una, con lentitud y cuidado, porque en la máquina inventada todo ello se haría a nivel preciso; nació la imprenta que permitió la impresión de escritos en una hoja con caracteres móviles.
Gutenberg perfeccionó los procesos de impresión que ya se venían ensayando con tablillas de madera o con trabajo en cera: después de catorce siglos se logró el paso buscado: la impresión rápida y en máquinas que permitían mayor rapidez y mayor número de hojas impresas.
Hace pues hoy 582 años nació la imprenta que permitió el aumento en la difusión de libros y por lo tanto de la cultura; que hace posible que en las bibliotecas podamos tener a nuestra disposición obras científicas, literarias, históricas, filosóficas y religiosas que ocupando pequeños espacios nos ofrezcan permanentemente el caudal de sabiduría y conocimientos de la humanidad.
Dos cosas me llaman la atención en este importante acontecimiento. Sea la primera el constatar que la primera obra que Gutenberg quiso imprimir fue la Biblia como fuente de luz para la humanidad, todas las edades y todas las épocas.
Lo segundo es constatar el valor de la mente humana que de aquellas grandes maquinarias se ha pasado a las impresoras de hoy que permiten un fácil aumento en la impresión de obras y la difusión mayor de los conocimientos.
Ya una biblioteca se reduce a un pequeño espacio en la memoria de un computador y puedo llevar un largo libro por su contenido en la pequeñez de un celular que bien está en el pequeño bolsillo de la chaqueta.
Prodigios de la mente y la historia, que nos llevan a vivir celebrando el poder de la raza humana que ojalá en un grito de guerra no vuelva buscar destrucción Garaudy lo anotó en brillante idea “Dios hizo al hombre creador”: Misión y responsabilidad.
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