Efraim Osorio


Los personajes de los clásicos castellanos empleaban con frecuencia la fórmula de juramento ¡Vive Dios!; otras veces, ¡Vive el Dador! Recordé estas exclamaciones al leer la siguiente frase del columnista Juan Álvaro Montoya: “Altos y bajos son persistentes, pero ¡hay Dios!, como duelen las caídas” (LA PATRIA, Depresión, 14/11/2019). Y las recordé, porque pensé que el escritor con esa interjección quiso tal vez, a modo de juramento, decir ¡existe Dios! Pero no -y hace poco me referí a lo mismo-, se trató con seguridad de la confusión de la inflexión del verbo ‘haber’ con la interjección ¡ay! Y vuelvo sobre este asunto, porque en la construcción de dicha frase hay dos imprecisiones más: la primera, la colocación del signo final de admiración, que debió ser puesto al cierre de la frase, así: “…pero, ¡ay Dios, cómo duelen las caídas!”; la segunda, la falta de la tilde de ‘cómo’, pues en la frase es un adverbio admirativo de modo. Este adverbio lleva también tilde cuando es interrogativo: ‘¿Cómo dijo?’. Pero no se le marca en los demás casos. En la cita del testimonio de una mamá, la columnista de LA PATRIA se la puso sin necesidad: “…mientras yo me sentía cómo suspendida por la pena” (Fanny Bernal, 17/11/2019). “…me sentía como suspendida…”, así, correctamente.
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Está de moda por estas calendas el adjetivo ‘contundente’, tanto, que hasta ‘traído de los cabellos’ lo emplean. El padre Felipe F. Gómez, por ejemplo, calificó con él el sustantivo ‘problema’ en esta oración: “La iglesia nos da ejemplo (…) para sumarnos a esta iniciativa de conversión, participando en la solución de un problema contundente y que nos afecta a todos…” (LA PATRIA, 17/11/2019). Un ‘problema’ puede ser ‘mayúsculo, grave, gravísimo, serio’, pero no ‘contundente’, porque con este adjetivo sólo se califican ‘palabras, respuestas, argumentos, pruebas’, y se dice de todo instrumento que produce ‘contusión’ (“daño que recibe alguna parte del cuerpo por golpe que no causa herida exterior”), por ejemplo, ‘un guarapazo contundente’. El tener un diccionario a mano, y usarlo, es un imperativo para todos los que nos dedicamos al exigente oficio de escribir.
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Es muy común, más de lo tolerable, la confusión de los verbos ‘infringir’ (‘transgredir, delinquir’) e ‘infligir’ (‘castigar, penar, causar daño’). Sin embargo, no había tropezado con el uso de ‘inflingir’ por ‘infligir’, influencia, tal vez, de ‘infringir’. En su artículo para LA PATRIA, el señor Jorge Alberto Gutiérrez escribió: “El papa Francisco se ha convertido en un férreo defensor de las víctimas del abuso que este flagelo le ha inflingido a la Iglesia…” (15/11/2019). El verbo es ‘infligir’; su participio pasivo, ‘infligido’. Ahora bien, y admitido el error como mecánico, la oración citada no tiene lógica, porque se refiere, primero, a las víctimas de la pederastia de algunos sacerdotes, lo que considera un ‘abuso’, para luego concluir que este ‘abuso fue infligido a la Iglesia por ese flagelo’. Yo le sugiero esta construcción: “…de las víctimas de este abuso, que tanto daño les ha causado a ellas, y, de carambola, a la misma Iglesia”. Así, obviamos el ‘lapsus machinae’ y nos entendemos.
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Si a una construcción gramatical equivocada la hace castiza el uso -“porque se encuentra en todos los registros”, según la directriz de la Academia de la Lengua-, tendremos que empezar a admitir como buena la desacertada de la locución impersonal ‘tratarse de’, pues se topa uno con ella en cuanto lee, de escritores incluso que uno considera cultos. ¿Muestras? Lea: “La guerra contra Escobar se trató, en esencia, de un asesinato feroz de adolescentes” (El Tiempo, Gustavo Duncan, 14/11/2019). “…lo más probable es que su declaración de ayer se trate solo de una estrategia para desviar la atención” (El Tiempo, Primera página, 19/11/2019). ¿Correctamente? Así: “La guerra (…) fue, en esencia, un asesinato…”, la primera; la segunda: “…su declaración es solo una estrategia…”. Elemental.
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