Eduardo García A.


El bar Chez Georges, fundado en 1952, es una cápsula de tiempo detenida en los años del existencialismo. El inconfundible portalón rojo se abre cuando se supone que está cerrado y aparece allí la figura del nieto del inolvidable viejo Georges, rozagante, amable y generoso que guarda, como en los tiempos bíblicos, el gesto de la hospitalidad.
Ya está acostumbrado desde niño a ver llegar al bar de su finado abuelo hombres y mujeres de todas las generaciones que van y vienen a veces desde el otro lado del mundo para recuperar por instantes, al calor de los vinos de marca Chez Georges, el tiempo perdido de su juventud, las horas felices del amor vivido entre el bullicio estudiantil que ha poblado estos estrechos muros desde hace ya casi siete décadas. En las largas noches de invierno, comparten de igual a igual viejos veteranos ya encanecidos y arrugados y jóvenes que cada año llegan a engrosar las filas de las famosas academias del barrio latino.
El nieto acaba de despedirse de su amigo el hijo de Catherine Deneuve y Roger Vadim y de pie en sus botas de cuero mexicanas cuenta esa memoria de visitantes que aparecen de repente y lloran o ríen de felicidad al constatar que nada ha cambiado, que Chez Gorge tiene las mismas mesitas de vieja madera, los mismos largos butacones de color ocre adosados a los muros, la serie de pequeñas fotografías colgadas en las paredes donde se ve a jóvenes cantantes que dieron conciertos en la cava medieval cuyas piedras milenarias exhudan aires de existencialismo y jazz, o emiten la voz de esa diva espigada que fue Juliette Greco, amada por Sartre, Beauvoir y Boris Vian y por toda la contracultura de esos tiempos de rebeldía después de la guerra.
De jovencita, su madre Nicolette, hija del viejo Georges, ahora octogenaria, trabajaba en las noches en el famoso bar latino La Escala de la rue Monsieur Le Prince, donde cuenta la leyenda que García Márquez y el artista plástico Jesús Soto cantaban y tocaban guitarra y maracas por unas monedas o tal vez por pura diversión. Los miembros de la familia ampliada del viejo George viven cerca unos a otros en casas o apartamentos situados en esta manzana histórica que delimitan las calles Cannettes, Mabillon, Guisarde y Christine, lo que ha posibilitado la sobrevivencia del bar, cuando muchos otros lugares cercanos han desaparecido para dar paso a tiendas de lujo, restaurantes de diversas gastronomías, joyerías, perfumerías y sedes de negocios de alta costura o artesanías.
Las calles adoquinadas conducen a la Plaza de San Sulpicio, donde suenan las campanas de la catedral y bullen las aguas de una soberbia fuente dieciochesca custodiada por leones de piedra. En un muro de una de las esquinas de la plaza está escrito en la roca el poema El barco Ebrio de Rimbaud como guiño al hecho de que al otro lado, en la esquina de la calle Cannettes, se reunía el adolescente Rimbaud con Verlaine y amigos artistas inmortalizados por el pintor Courbet, en largas francachelas poéticas y gastronómicas. El nieto de Georges evoca a todos los exiliados que han sido felices en este lugar y lamenta la desparición de las dos librerías hispanoamericanas del barrio. Cuando era estudiante en el segundo lustro de los 70, llegaban al lugar refugiados españoles prófugos de la dictadura de Franco, griegos y portugueses exiliados, hombres de izquierda clandestina, comunistas, anarquistas, socialistas que contaban sus historias.
Y tras ellos exiliados latinoamericanos que huían de las atroces dictaduras, chilenos, uruguayos, argentinos, brasileros, que encontraban escucha en el inolvidable barman argentino Jorge, quien trabajó ahí por más de tres décadas y terminó siendo parte de la familia ampliada de Chez Georges. Y a ellos se agregaba la visita cotidiana de los estudiantes que permanecíamos ahí hasta las dos de la madrugada y a veces debíamos esperar afuera porque ya no cabía una aguja.
Pero todo sigue igual, detenido en el tiempo. Y mientras brindamos el vino de la casa, el anfitrión nos recuerda que ahí venía en las tardes el gran cineasta chileno Raoul Ruiz, en alguna de cuyas películas actuó el hijo de Catherine Deneuve, que media hora antes se despidió de su amigo y vecino el nieto de Georges, el fundador, cuya foto cuelga en la viga central de un bar que ojalá nunca desaparezca, ni siquiera a causa de la pandemia, porque con ello se difuminaría la voz de siete décadas de generaciones llenas de amor, amistad, sueños e ilusiones perdidas y ganadas.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015