Eduardo García A.


Desde tiempos milenarios todos los territorios europeos, nórdicos, asiáticos, mediorientales y extremorientales han estado marcados por la inmigración y el éxodo, el desplazamiento de poblaciones, guerras intestinas y masacres y el cambio permanente de fronteras, por lo que han vivido siempre en una permanente tensión que se extiende hasta los días de hoy, cuando Rusia y los países de Occidente comandados por Estados Unidos y la OTAN siguen como en los viejos tiempos de Napoleón midiéndose las fuerzas en un forcejeo permanente.
Estados Unidos y las potencias de Europa occidental quieren que varios países de la derruida esfera soviética, que es la misma esfera de la vieja Rusia, se conviertan en sus peones y desde el Kremlin el nuevo zar Vladimir Putin y sus asesores advierten que no admitirán de ninguna manera que Ucrania y Georgia pasen un día a convertirse en miembros de la OTAN y por lo tanto amenacen directamente con su inmenso poder militar las fronteras del viejo imperio de los zares y los bolcheviques.
Viejo forcejeo que lleva siglos y en el que muchas veces Occidente ha sufrido derrotas espectaculares, como cuando Napoleón trató de invadirlos, iniciando así su propia caída, y más tarde cuando Hitler trató a su vez de avasallarlos y terminó derrotado con el Ejército Rojo izando sus banderas en Berlín y sacando su tajada en el reparto del pastel de la posguerra, en tiempos de la Guerra Fría.
Todo esto recuerda que desde el fondo de las estepas siberianas y mongolas, desde los espacios de los Balcanes o los valles cálidos y las cumbres frías de los distintos orientes, centenares de pueblos estuvieron siempre calibrándose las fuerzas y cambiando los mapas bajo el mando febril de líderes poderosos que, como el temible Atila o Gengis Khan, hacían estremecer a pueblos enteros ante la amenaza de sus invasiones.
Europa occidental, que ahora como tantas otras veces en el pasado reivindica la pureza de su raza, olvida que todos los habitantes más orgullosos de su sangre son el fruto de mestizajes surgidos de miles de invasiones, éxodos violentos y pacíficos de múltiples pueblos cuya enumeración sería interminable y que unos y otros de aquí para allá y de allá para aquí han sembrado el terror y el saqueo.
Desde la perspectiva rusa, tomar Crimea a Ucrania fue recuperar un territorio ancestral de su historia que en tiempos de la Unión Soviética y Nikita Jrushev le fue graciosamente cedido cuando nadie pensaba ni en el delirio más absurdo que el imperio territorial creado por los zares y los bolcheviques se derrumbaría a la vista del mundo como un castillo de naipes. Occidente recuperó sus tajadas en Polonia, Alemania, el báltico, los Balcanes y los fragmentos recuperables del viejo Imperio Austro-húngaro, pero entre tanto Rusia volvió a renacer de sus cenizas con Putin y trata de recuperar sus esferas de influencia o conservar las que aún le son leales.
O sea que en plena tercera década del siglo XXI seguimos trasegando las mismas tensiones y juegos de potencias que humanos lejanos de otros siglos vieron también agitarse en sus días en medio de himnos, marchas militares y cánticos. La OTAN y Occidente quieren reforzar su presencia militar en aquellos parajes y Rusia a su vez los refuerza en los suyos, desencadenando los juegos diplomáticos que ahora presenciamos.
Casernas, cuarteles, grandes generales, jóvenes ambiciosos de gloria, paradas soberbias junto a palacios, reyes y zares relucientes, princesas de sueño, soldados rasos reclutados en los campos, todos ellos reposan bajo tierra como abono de los cultivos o el pasto que rumian las reses, olvidadas ya las grandes batallas que también se llevaron a nobles, clérigos y plebeyos por igual.
Y ahora de igual forma el juego continúa en los salones de los palacios europeos donde diplomáticos, tecnócratas y jefes de Estado y de gobierno vuelven a jugar las mismas fichas como sus viejos ancestros, repitiendo la historia, mientras medran detrás los magnates de la industria armamentista, los fabricantes de bombas, balas y misiles, aviones, submarinos, portaviones, drones, satélites, tanques y vehículos, uniformes, frotándose las manos ante la nueva ocasión esperada de vender la mercancía más rentable de todas.
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