Eduardo García A.


La vida de García Márquez daría un cambio significativo con el regreso a Bogotá, a donde no volvía desde las jornadas terribles del 9 de abril.
Álvaro Mutis, que trabajaba como jefe de Relaciones Públicas de Esso en la parte alta del mismo edificio donde funcionaba el periódico El Espectador en la tradicional Avenida Jiménez, frente al Hotel Continental, realizó, sin que el futuro Nobel lo supiera, unas gestiones personales ante los dueños del diario, la familia Cano, para que lo incorporaran a su nómina de colaboradores.
El poeta bogotano autor de Summa de Maqroll el Gaviero, que siempre fue considerado “el mejor amigo de sus amigos”, utilizaba la poderosa plataforma cultural privada donde trabajaba para apoyar a muchos artistas y escritores en dificultades y por supuesto hizo lo mismo con el joven costeño, cinco años menor que él y quien ya había dado claras muestras de ser una revelación literaria y periodística durante los años que trabajó en los diarios El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla.
Mutis ya estaba moviendo los hilos para atraer a su amigo a la capital. Ante las reticencias del futuro Nobel, que no utilizó el primer boleto de avión que le envió Mutis, el poeta le dijo que viniera a Bogotá no tanto por el asunto de una posible contratación en el segundo diario del país, sino para abordar el tema de la publicación de la serie La Sierpe en la revista Lámpara, por la que Álvaro Mutis le había pagado ya una suma importante que impresionó a García Márquez.
El mismo día de su llegada, Mutis lo llevó a la redacción de El Espectador para que lo vieran los Cano, pero el único que no sabía del “complot” era el propio García Márquez. Para sorpresa suya, Cano le pidió escribir un pequeño texto editorial y de inmediato se sentó en una mesa frente a una máquina de escribir sin saber que allí habría de permanecer casi dos años, convirtiéndose en una estrella nacional del periodismo.
El gerente Luis Gabriel Cano le ofreció a Gabo 900 pesos de sueldo como redactor de textos en la principal página del diario y
luego lo presentaron a sus colegas de la redacción.
Inicialmente García Márquez estuvo en la redacción encargado solo de hacer editoriales y crónicas de cine, pese a que soñaba con salir a la calle a reportear, hasta que estuvo presente cuando caminaba por la calle en la famosa jornada del 9 de junio de 1954, cuando los esbirros del régimen mataron a varios estudiantes.
Pronto le fueron soltando las riendas para hacer reportajes, por lo que viajó a Medellín a investigar la catástrofe de unos deslizamientos mortíferos, así como las protestas en la región costera de Chocó y otros reportajes y entrevistas de diversa índole que eran publicadas a veces en serie como folletines para atraer a los lectores. De esos reportajes, el más conocido fue Relato de un náufrago.
Y un día le propusieron ir por unos días a cubrir la cumbre de los cuatro grandes en Ginebra, sin saber que se quedaría en Europa sin boleto de regreso y dinero tras el cierre del diario por la dictadura de Rojas Pinilla, dando otro giro crucial y definitivo en su vida.
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