Eduardo García A.


La llegada de Andrés Manuel López Obrador (1953) a la presidencia de México después de una lucha ininterrumpida y quijotesca de tres décadas contra viento y marea, acechado siempre por adversarios desde todos los frentes, especialmente de la propia izquierda a la que pertenece, es una de las grandes sorpresas políticas recientes en el continente latinoamericano. El nuevo presidente creció en el exótico y caluroso estado sureño de Tabasco, bañado por las aguas del Golfo y cruzado por caudalosos ríos y selvas, uno de los centros de la cultura maya donde se encuentra la maravillosa ciudad prehispánica de Palenque.
El tamaño de la victoria con más de 30 millones de votos fue tan grande que obligó al gobierno a respetar los resultados y a evitar la tentación de emprender como antaño la organización de un fraude, que de todas maneras se hacía imposible dada la enorme distancia que separó al ganador de los otros candidatos. López Obrador reconoció en conferencia de prensa en Palacio Nacional que el gobierno de Enrique Peña Nieto no actuó esta vez de manera "facciosa" como lo hicieron los anteriores para alterar los resultados electorales a su favor.
En dos ocasiones como candidato presidencial López Obrador experimentó el poder de la maquinaria del fraude, por lo que el establecimiento y sus adversarios lo consideraron varias veces un cadáver político que nunca llegaría al poder y era calificado de necio, loco, terco, megalómano, mitómano. Intentaron abatirlo por todos los medios, pero nunca pudieron comprobar que hubiera robado un peso durante su gestión como alcalde de la Ciudad de México o a lo largo de su vida política.
Nacido en el estado petrolero de Tabasco, descrito en su tiempo por Graham Green en su novela El poder y la gloria, López ascendió en sus estudios por méritos propios. Ganó los concursos de oratoria en el colegio de la capital estatal Villahermosa, estudió luego Ciencias políticas y Administración pública en la Universidad Nacional Autónoma de México y después intentó conquistar dos veces la gobernatura de su estado natal. Por los reiterados fraudes inició una marcha de protesta por las carreteras del país que lo hizo famoso y fue una de sus primeras gestas.
Durante la mayor parte del siglo XX el poderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) controlaba todas las esferas del poder, organizaciones sociales empresariales, agrarias, obreras y sindicatos, por lo que cada elección sexenal era solo un mero ritual para ratificar al elegido mediante el famoso proceso del "destape", cuando el presidente saliente nominaba a dedo a su sucesor. Desde que el sistema comenzó a resquebrajarse con el fraude de 1988 perpetrado contra Cuauhtémoc Cárdenas, el "líder moral" de la izquierda hijo del mítico Lázaro Cárdenas, el proceso condujo solo a autorizar la alternancia hacia la derecha con la llegada al poder del Partido Acción Nacional (PAN) en el año 2000. Pero al hundirse este partido en la corrupción, la violencia y las viejas prácticas conocida la alternancia volvió a ser otorgada hace seis años al viejo PRI, que ahora casi fue pulverizado por Morena, el nuevo movimiento creado por López Obrador.
La larga dictadura de Porfirio Díaz condujo a la Revolución, pero al institucionalizarse se volvió una "dictadura perfecta", como la calificó Mario Vargas Llosa. El día de las elecciones las urnas eran llenadas masivamente con los votos controlados de antemano por las organizaciones y corporaciones y la movilización de los "acarreados", millones de personas pobres y marginales hambreadas controladas por líderes locales que los llevaban a votar a cambio de algún refresco, regalo, mercado o tamal. Los que se rebelaban eran rápidamente localizados y estigmatizados en las comunidades.
Durante mucho tiempo fue un verdadero estigma en pueblos o ciudades pequeñas pertenecer al PAN o militar en un partido de izquierda radical. Durante décadas sus líderes fueron perseguidos, marginados o encarcelados y muchos representantes locales fueron asesinados. Eso sin contar la persecución a los líderes indígenas en todo el país. Existe una amplia literatura con el memorial de agravios de esos abusos del poder. Durante el sexenio altos funcionarios, gobernadores y el presidente se enriquecían de manera escandalosa y saqueaban las arcas del erario de manera cíclica.
Es cierto que el PRI contó también con el apoyo de amplias capas de las prósperas clases privilegiadas y medias que se beneficiaban de la corrupción y de otros sectores bajos que aspiraban a subir en la escala social. Por eso reinaba en el país como emblema la famosa frase del inamovible líder sindical durante medio siglo y pilar del sistema, Don Fidel Velásquez, quien decía que "el que se mueve no sale en la foto". El servilismo ante el poder era la regla general en muchos sectores de la sociedad.
Los malos gobiernos de derecha de Vicente Fox y Felipe Calderón y el pésimo resultado del retorno del PRI al poder hartaron por fin a la sumisa población mexicana, que decidió salir a votar masivamente para sacarlos y llevar al poder al hombre del que tantos se burlaban por su acento provinciano, sus ideales y su lucha contra la corrupción. Su triunfo es un gran premio a su larga travesía del desierto y un ejemplo para el resto del continente. Le espera ahora la difícil tarea de gobernar un país corroído por el narcotráfico, las mafias y la corrupción que han causado miles y miles de muertos en las últimos años. Pero su triunfo es un aire fresco necesario para quienes luchan arriesgando sus vidas contra las injusticias.
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