Eduardo García A.


Una de las más grandes novelistas francesas contemporáneas es Annie Ernaux, recién galardonada con el prestigioso premio de literatura Formentor, quien se ha convertido en uno de los ejemplos más logrados de la compleja literatura autobiográfica y cuya obra además de admirada concita en universidades y medios críticos todo tipo de estudios y análisis. Arnaux nació en 1940 en un pueblo pequeño de los lejanos suburbios de París, en el seno de una familia modesta, ya que su padre fue un campesino muy pobre que ascendió a propietario de un pequeño restaurante y su madre una modesta mujer trabajadora de provincia.
En casi todos los países y las lenguas la narrativa autobiográfica se ha convertido en la preferida de los lectores, desplazando a las obras de ficción. Novelas en clave escritas por personajes de la política, la farándula o el deporte, relatos de vidas complejas ligadas a la violencia social y familiar, dramas de género, relatos de las humillaciones de clase o de raza, narraciones de tragedias familiares, suicidios, enfermedades, violaciones intrafamiliares, persecuciones étnicas, entre otros temas, han desplazado a la literatura en boga en el siglo pasado, donde la novela era la creación de un mundo paralelo a la realidad.
A lo largo de su exitosa carrera literaria, Arnaux ha abordado los temas de su vida desde distintos ángulos, especialmente el hecho de que por sus brillantes estudios y el triunfo editorial, terminó por migrar de clase hasta convertirse en una gran burguesa adulada y famosa. Pero desde esa posición decidió ser una abogada de los desposeídos y los desclasados, por lo que ha estado en todos los combates políticos desde la izquierda, causando irritación entre muchos de sus congéneres reinantes en los salones literarios del barrio de Saint Germain des Prés, donde están situadas las sedes de las mejores editoriales y vive la más encumbrada burguesía y aristocracia de la farándula parisina. Pero también ha contado su iniciación sexual, el problema del aborto, el machismo, lo que la ha convertido en una aguerrida feminista.
Al negarse a traicionar la clase suya, la escritora rinde homenaje a esa familia en la que creció y desde donde se izó hasta los más altos honores académicos y literarios, cuando adolescente hacía sus tareas y preparaba los exámenes tras bambalinas de la pequeña tienda de abarrotes, el bar y el pequeño restaurante popular que regentaron durante décadas sus progenitores en un suburbio del pueblo, porque su negocio ni siquiera se situaba en los barrios centrales del mismo. O sea que en pleno siglo XX seguíamos como en las historias pueblerinas de Maupassant y Flaubert, en esa Normandía inefable poblada de castillos y vacas, fábricas de quesos y cultivos de diversos productos agrícolas.
Arnaux nunca ocultó a nadie sus orígenes e invitó a la casa de sus padres a sus nuevas amigas burguesas. Su marido refinado no soportaba conversar en aburridas cenas con sus modestos suegros. Y poco a poco va llegando el fin de su familia inicial, la decrepitud de esos viejos abnegados que hicieron todo y se mataron trabajando por dar lo mejor a su hija. Por medio de un descarnado relato que conmovió a los lectores de esta obra premiada, asistimos a las desgarradoras tensiones de clase que caracterizan a todas las sociedades sin falta. Para el viejo su hija es una extraña y para su hija el padre también, pero al final, desde su modestia, el progenitor vive feliz por el ascenso social de su hija, famosa, rica, bien conectada socialmente y se siente orgulloso y presume de ella cuando lee los periódicos.
Annie penetra así en la llaga de las castas sociales de su país, que en la primera mitad del siglo XX, antes del auge económico posterior a la liberación, permanecían como si se viviera en el medioevo. El padre pertenecía a un linaje centenario de trabajadores agrícolas y si no es por el servicio militar que lo sacó de ahí para siempre y al encuentro con la que sería su esposa, hubiera permanecido en ese mundo de sacrificio donde el olor de los excrementos y de los animales de cría terminan por permear los propios cuerpos de los trabajadores, estigmatizándolos en la más baja escala social, como los intocables de la India.
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