Eduardo García A.


Los de mi generación veníamos a París no solo por las atracciones literarias sino también por el gran auge del pensamiento en ciencias sociales que ardía en la ciudad cuando estaban en plena actividad los crepusculares Louis Aragon, Sartre, Beauvoir y Malraux, y más jóvenes figuras como Michel Foucault y Roland Barthes, a los que escuchábamos en conferencias multitudinarias en el College de France. Llegué en 1974 a la antigua Universidad de Vincennes, que fue un experimento fenomenal en todos los campos de la cultura de los años 70, después de haber pasado dos años en Sociología en la Universidad Nacional de Bogotá, que era una universidad abierta al mundo donde circulaban todas las ideas y había maestros maravillosos como Darío Mesa, Pérez Mantilla, Gühl y tantos otros que marcaron a varias generaciones. Los estudiantes colombianos que veníamos de esas aulas no nos sentíamos descrestados en las nuevas y por el contrario a veces considerábamos que el nivel era menos riguroso.
Pero por supuesto la literatura era un atracción clave en esa década en que América Latina estaba de moda y los franceses soñaban de trópico y revolución, admirados por el Che Guevara y Fidel Castro y los guerrilleros míticos que soñaban con imitar, como hicieron el recién fallecido Armand Gatti y Régis Debray. Aquí el rey máximo era Julio Cortázar, que estaba vivo y entre nosotros y nos inspiraba en permanencia y leíamos entre amigos en sesiones de fiesta noctámbula. Todos nos sentíamos Oliveira y La Maga y así viví de 1974 a 1979.
También seguíamos a Hemingway tras los pasos de París es una fiesta y Henry Miller y Anais Nin por sus trópicos eróticos. El mito literario y libertario de los años 70 lo vivimos a fondo y nunca se derrumbó porque estaba vivo. Muchos participamos en las manifestaciones feministas y antifranquistas que se sucedían mientras llegaban miles y miles de exiliados latinaomericanos que huían de las dictaduras de Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Aunque el mundo era mucho más cerrado y los viejos dominaban y perseguían a los jóvenes como si fuéramos la peste, la gente de izquierda y los latinoamericanos hicieron de París una verdadera fiesta en tiempos del centrista y liberal Giscard d'Estaing, que hizo grandes cambios, como la legalización del aborto y la apertura de la sociedad.
Eran los tiempos de antes del Sida y no llegaba aun la nefasta era del thathcherismo inglés y el reaganismo estadounidense. Esos años fueron maravillosos, de lectura de los clásicos franceses, debates, cambio de ideas, intercambio de escrituras, devoración de libros. Los latinoamericanos estábamos de moda y García Márquez era un dios que circulaba a veces por París con su corte. Pero Francia no es una obsesión única u sino una de tantas aventuras vividas a lo largo del viaje.
Toda mi vida adulta ha sido en el extranjero, pero además de esta ciudad, que es muy importante para mí, tengo otro país que es México, donde viví, trabajé, escribí y publiqué casi todos mis libros durante 16 años de vida. Allí compartí con los escritores mexicanos de mi generación, que me son muy cercanos. Además hay una gran relación cultural franco-mexicana gracias al surrealismo, Artaud, Breton, Le Clezio, Fréderic-Yves Jeannet, y la fascinación que ejerce ese país prehispánico sincrético en los franceses.
Regresé de nuevo a París en 1998 y encontré por supuesto otra ciudad totalmente distinta en la que he vivido los últimos años y han ocurrido muchas cosas que abordo en mi libro París exprés. Crónicas parisinas del siglo XXI. Al fin de los años 90 había prosperidad, Francia ganó el mundial con un equipo black-blanc-beur multiétinico (negro-árabe-blanco) y se esperaba la llegada del euro con mucho entusiasmo e ilusiones. Ese ambiente multucultural se ha venido derrumbando severamente con la crisis financiera mundial, el auge de la ultraderecha y la estigmatización creciente que hoy vivimos los inmigrantes y que se ha agravado con las guerras de los últimos cinco años y la llegada del problema a las calles de la ciudad.
Estamos en una guerra de baja intensidad. La ciudad está patrullada por los soldados de la operación Centinela, los policías y los servicios secretos, la tensión es permanente, no sabemos dónde puede ser el próximo atentado. Es una ciudad donde hay mucha gente durmiendo en la calle, familias que huyen de las guerras, niños drogados y abandonados, campamentos de poblaciones africanas que llegan y se instalan en parques o edificios abandonados y huyen de las guerras de Afganistán, Siria, Etiopía, Sudán, Yemen, Malí, Libia y son sobrevivientes de los naufragios del Mediterráneo. Estamos frente a una situación excepcional, donde la vieja ciudad del progreso y la paz se ha trocado en una de crisis, como en los tiempos previos a la guerra mundial. La xenofobia, el nacionalismo, la animadversión contra los inmigrantes crecen y son seguidos por millones de racistas. Sin embargo, los jóvenes se han tomado la noche y la vida nocturna es activa y viva, multicultural.
Ahora la literatura latinoamericana no está de moda como hace décadas, pero sí hay un gran auge de las literaturas y las artes asiáticas, africanas, esteuropeas, nórdicas, magrebinas. El sacrosanto Premio Gouncourt ha sido ganado recientemente por un escritor afgano, una escritora francesa de origen africano y el año pasado por una escritora magrebina y en el College de France y la Academia han llegado escritores del áfrica subsahariana o de las antillas. Sigue traduciéndose y publicando cada año centenares de libros exóticos de Estados Unidos, Japón, Asia, África, Oriente Medio. Esa multiculturalidad está muy viva aunque el auge reaccionario quisiera detenerla. Las músicas africanas, antillesas, brasileñas, flamencas, hip hop, asiáticas, indias, son la prueba de ese auge.
Basta un recorrido por bares y cavas para percibir la vivacidad de las artes mundiales. Estamos viviendo como en Les années folles de entre guerras, cuando reinaban Joséphine Baker, Picasso, Chagall y Modigliani. Proliferan latinoamericanos y de todo el mundo. La ciudad es mucho más viva y real que hace décadas. Todo eso es irreversible, pero la ultraderecha acecha y quiere llevar al país a una guerra entre blancos de origen y extranjeros o inmigrantes. Pero aquí grandes fuerzas luchan por conservar el espíritu de la Ilustración y la Enciclopedia que desde el siglo XVIII abrió a Francia al mundo. Todos los metecos descendientes de inmigrantes y los extranjeros de diversos orígenes apoyan con su creatividad para que se conserve el país laico y republicano, abierto al mestizaje y a la multiculturalidad.
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