Eduardo García A.


De nuevo, como ocurre de manera cíclica, se desata el escándalo en torno a los escritos antisemitas del novelista Louis Ferdinand Céline, cuando la editorial Gallimard prepara la edición de tres largos panfletos infames por los cuales el autor colaboracionista fue condenado y tras la liberación tuvo que huir a Sigmaringen en Alemania y luego a Dinamarca y a su regreso vivir el resto de su vida marcado por la indignidad bajo la protección de su última mujer, la bailarina Lucette, quien aun está viva y tiene 105 años.
Nadie niega la maestría de su famosa novela Viaje al fondo de la noche (1932), una de las grandes del siglo XX al lado de la monumental En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, Bajo el Volcán de Malcolm Lowry, La montaña mágica de Thomas Mann, las obras de Kafka, Roth, Svevo, entre otras muchas, según el gusto de los lectores.
Con una prosa febril, incansable, Céline (1894-1961) logra adentrarse en la vida de la gente y el turbio corazón humano a través de los viajes por varios países y las exploraciones y descripciones de los pacientes que atendió como médico en el barrio popular de París donde tenía su gabinete. Como esa obra, Muerte a Crédito y otras posteriores confirmaron su maestría, lo que lo llevó a obtener premios y el reconocimiento de la crítica.
Pero como otros escritores franceses notables de la época tales como Drieu la Rochelle, Robert Brasillach y Ramon Fernandez, Céline adhirió con júbilo a la invasion nazi de su país con total convicción no solo antisemita sino ideológica y participó en giras, reuniones y colaboró denunciando y azuzando a la persecución de los judíos, miles de los cuales, entre ellos niños y ancianos, fueron detenidos, sacados de escuelas y casas y deportados en los famosos trenes de la muerte hacia los campos de concentración de donde nunca volvieron.
El antisemitismo es una tradición ancestral anclada en el imaginario de la cultura francesa y europea y solo en algunos momentos como en los tiempos de la Revolución y cuando las Repúblicas laicas fueron aceptados en el país con plenos derechos, aunque partidos políticos de extrema derecha, borrachines de cantina e ideólogos seguían y siguen justificando o negando de manera larvada el Holocausto.
Basta revisar las obras de algunos novelistas y ensayistas franceses de todos los tiempos para encontrar rastros de ese absurdo y pertinaz odio por los individuos pertenecientes a un pueblo perseguido en todas partes y provenientes desde las zonas más profundas del Este europeo unos o de las capitales mediorientales donde se refugiaron los sefardíes y donde convivieron a veces en paz y otras llevados al éxodo de país en país o fueron víctimas de genocidios. Como los judíos, otros pueblos de diversos orígenes han corrido también con la misma suerte y lanzados al éxodo.
La competencia entre algunos autores de renombre y hasta clásicos es en el nivel de la infamia, la fuerza de las palabras discriminatorias y el ardor de la inquina y la imprecación. Por ejemplo, en un libro sobre catedrales góticas, museos y obras de arte escrito por el decandente autor de fin de siglo XIX Joris Karl Huysmans uno descubre de repente con estupor como esa inteligencia se enciende en insultos y epítetos atroces, en improperios e injurias devastadoras contra los judíos que no son necesarios ni pertinentes dado el tema tratado y se riegan como veneno de manera absurda sobre páginas magistrales.
Lo mismo ocurre con Céline y toda una serie de autores que incluso en la actualidad siguen parcticando el arte de la injuria contra ese pueblo, acusándolo de todos los males y defectos y describiendo a sus individuos basados en prejuicios que no tienen ningun asidero y llegaron a su culmen con Mi lucha de Adolfo Hitler -cuya edición crítica reciente en Alemania causó igual polémica-, y con la organización del exterminio industrial de ese pueblo ordenado por el estado nazi.
Céline y los autores colaboracionistas han vivido después en un limbo azufroso. Cuando uno se encuentra en alguna librería de viejo con esos libros, muchos de los cuales no han sido editados hace tiempo, uno se pregunta cómo personas ilustradas y de talento pueden hundirse en reacciones tan primarias y dejarse llevar por lel odio hasta niveles tan repugnantes e inhumanos.
Porque los defectos humanos son universales por encima de origenes étnicos o colores de piel. La codicia por el dinero, la envidia, el deseo de acumulación, la avaricia, la usura, el belicismo, y todos los pecados habidos y por haber son practicados por individuos de todos los pueblos sin distingo y son inherentes al hombre en general, árabes, judíos, indios, latinoamericanos, africanos, rusos, europeos, estadounidenes por igual y sin distingo. ¿Por qué entonces imuputárselos solo a un pueblo estigmatizado desde hace milenios como el judío?
Todos esos temas saltan a la palestra ante la probable edición conjunta de esos panfletos atroces con base en una publicación canadiense reciente de los mismos y que según los críticos deben ser publicados con un aparato crítico riguroso que explique el contexto.
La viuda de Céline, que hasta ahora fue firme por deseo de su marido en no dejar reeditar esos libros que les causaron tanta desgracia, aceptó al parecer por fin su salida, pero otros dicen que mejor valdría la pena esperar a 2032 cuando ya entran en Francia a la esfera pública para preparar una edición impecable.
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