Eduardo García A.


Cuando uno ha vivido muchos años en México queda marcado para siempre por esa cultura milenaria y sincrética que es un caleidoscopio inagotable de sorpresas, colores, olores, músicas, sonidos, sentimientos y palabras. Ahora que escucho cantar a la gran Chavela Vargas, que nació en Costa Rica, pero se consideraba más mexicana que el mole y el tequila juntos, uno no puede evitar la erupción de la savia de ese país milenario que es a la vez varios países totalmente distintos anclados en el más profundo pasado y en el tiempo circular y que vive día a día conversando con sus fantasmas y espectros vivos como las ánimas en pena de los cuentos y la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Mi amigo Fabio Jurado Valencia, quien vivió mucho tiempo allí e hizo sus estudios de maestría y doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México, tiene en su casa en Bogotá la reproducción de una cantina mexicana donde están presentes todos los mejores elíxires etílicos y que está ilustrada en las paredes con imágenes de grandes leyendas como Emiliano Zapata y Pancho Villa, María Félix, Dolores del Río, Cantinflas, Pedro Infante, el Indio Fernández, Javier Solís y otras muchas figuras del cine y la canción vernáculas. Ahí con frecuencia nos damos cita los miembros del club de los mexicanófilos colombianos y de otros países para hablar de ese México cultural que nos fascina.
Mucho antes de que llegaran los españoles, México tuvo diversas civilizaciones que experimentaron auges largos de milenios y caídas súbitas cuyos rastros surgen de la tierra sin dejar un solo palmo libre de esos testimonios. De norte a sur, de Oriente a Occidente, en diagonal o en círculos las capas arqueológicas concéntricas nos muestran en estratos temporales las actividades vitales y culturales de decenas de generaciones de pueblos que bailaron, gritaron e hicieron la guerra en montañas y campos, junto a las riberas de los ríos y en las largas costas interminables del Pacífico y el Caribe.
Los arqueólogos avanzan día a día en sus tareas y las noticias de nuevos hallazgos se suceden completando el rompecabezas de esas largas historias trenzadas y arborescentes. En Michoacán se descubren gracias a las nuevas tecnologías grandes ciudades hasta hace poco desconocidas y en el ámbito Maya, que se extendía desde el sur de Veracruz, Tabasco, Yucatán y Chiapas hasta Centroamérica, las mismas tecnologías descubren la intrincada red de caminos y fortalezas, senderos y el mapa de ciudades rivales y complejas gobernadas por poderosas dinastías.
El homo sapiens proveniente de las estepas asiáticas logró cruzar mucho más de 10.000 años antes en sucesivas oleadas de migraciones por el Estrecho de Bering para esparcirse por un continente lleno de riquezas y recursos animales, vegetales y paisajísticos inagotables. Los rastros de esos hombres se encuentran en el inmenso territorio de lo que hoy es Estados Unidos y el Norte de México, pero fue en el centro y el sur de este último territorio, más cercano del Trópico, donde se desarrollaron civilizaciones poderosas y tan importantes como las que florecieron en el Nilo, el Eufrates y el Tigris, el Indus, el Ganges y en los grandes territorios de la inmensa China. La ciudad de Teotihuacán fue la capital de una de esas civilizaciones con influencia continental. Visitarla de noche es un misterio sin fin.
Desde hace más de 10.000 años en el sur del continente a su vez florecieron en los territorios actuales del oeste suramericano civilizaciones que hoy siguen sorprendiéndonos por su variedad y riqueza artística y cultural. Por los largos corredores del continente estos hombres iban y venían y establecían contactos e intercambios, como lo demuestra el hallazgo de productos u objetos de esos pueblos en otras comarcas lejanísimas.
También recorrían de manera fluida las múltiples pequeñas islas del Caribe como si fueran puentes que conducían hasta las costas de lo que hoy es Venezuela, en viajes de ida y vuelta que relataron a los primeros conquistadores llegados allí, probando que los habitantes originales de las islas sabían de la existencia de la Tierra firme y de las ricas civilizaciones áureas de Perú y México.
La ruptura brutal propiciada por la Conquista española sumió en el silencio ese pasado y cubrió de jungla las ruinas que solo hasta hace un siglo volvieron a ser rescatadas por los primeros arqueólogos que se atrevían a llegar allí a revelar los misterios ocultos. Millones de códices escritos en papel amate fueron incinerados y perdidos para siempre y solo quedó como posibilidad leer la escritura plasmada en las piedras y en los templos en busca de comprender la magnitud de esas civilizaciones.
Solo nos quedan algunos testimonios orales recopilados por clérigos ilustrados, como los libros sagrados mayas del Popol Vuh y Chilam Balam o el esplendor del arte original mostrado en el Museo de Antropología de México, el Museo del Oro de Colombia y otros que hay en Perú y Sudamérica. Y también por fortuna los pueblos originales siguen ahí después de siglos reivindicando sus derechos, su pasado y su cosmovisión.
En Oaxaca, donde se encuentran las pirámides de Montealbán y que fue cuna de las civilizaciones mixteca y zapoteca, el esplendor de las culturas superpuestas deslumbra a cualquiera. En esos rincones piramidales como Mixtla ilustrados con imágenes geométricas se puede sentir la fuerza ceremonial de sus rituales aun presentes en las ruinas más ocultas como en las montañas de Achiutla, a donde venían prehispánicos del norte y el sur para encomendarse a sus dioses e implorar por lluvia y otros milagros de la naturaleza. En un recorrido por esos pueblos mixtecos hace una década, autoridades originales de algunas localidades me mostraron con orgullo códices que han conservado de generación desde hace siglos con enorme lealtad.
México es tal vez el país que con más fuerza ha tratado de salvar la historia prehispánica gracias a la Revolución Mexicana que inició la reivindicación de ese pasado desde las altas esferas del Estado, lo que hasta ahora sigue propiciándose con fallas y lagunas, pero propiciándose al fin y al cabo. El esplendor de los templos y edificios barrocos de tres siglos de colonización española construidos por las manos indígenas, se mezcla de manera sincrética con ese pasado y las influencias más recientes del mundo anglosajón vecino y el europeo no hispánico que influyó durante los gobiernos del emperador Maximiliano y la dictadura del afrancesado Porfirio Díaz. Todas esas culturas se imbrican y potencian de manera infinita el caleidoscopio delirante mexicano.
Los que hemos vivido mucho tiempo en México hemos viajado día a día por el túnel del tiempo entre pirámides, conventos, iglesias, catedrales, vecindades, rascacielos de megalópolis y a la vez por la mezcla de las exquisiteces culinarias o las maravillas musicales y artesanales que nos atropellan en mercados y plazas de pueblos donde siempre hay fiesta, color y hospitalidad. Por eso existe un club de mexicanófilos que nunca dejan de viajar por ese país en sus sueños y que cuando van a Tepoztlán, donde vivía Chavela Vargas, la escuchan con pasión alzando copas de buen tequila o mezcal.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015