Eduardo García A.


Se siente la efervescencia por el desconfinamiento total que comienza el próximo martes 2 de junio en calles y rincones de la ciudad. Aunque aún no abren las terrazas de bares, restaurantes y cafés, la gente se sienta en las plazas pequeñas, aceras, camellones o en los espacios abiertos disponibles para conversar y celebrar la pronta libertad al calor de las cervezas que venden en los expendios autorizados.
En la pequeña Plaza de la Comuna de París, situada en medio de calles que recuerdan el siglo XIX en la Colina de las codornices, no lejos de la Place d’Italie, este viernes por la noche la gente en grupos celebra, junto a niños que por fin salen a jugar y a gritar después de estar encerrados más de dos meses. Hace calor y las chicas llevan prendas ligeras y casi todo el mundo melenas crecidas a lo largo de meses por falta de peluqueros.
Todos llevan un vaso grande de cerveza rubia. Los amigos se reencuentran, las parejas salen tomadas de la mano, los ancianos cruzan y toman fotos por el ambiente que les recuerda sus tiempos de juventud. Hay un gran erotismo en el ambiente y se augura que a causa de este encierro y la súbita liberación, se registrará un nuevo baby boom, como ocurre siempre después de guerras o catástrofes.
Un acontecimiento de esta magnitud como el confinamiento mundial en grandes capitales que no cesaron sus actividades y la vida cotidiana durante las guerras mundiales del siglo XX ni durante la Guerra Fría, rompe de manera violenta con el pasado y costumbres y gustos culturales de meses atrás pasan de moda como si hubiesen ocurrido hace décadas.
El siglo XX comenzó después del fin de la Primera Guerra mundial en 1918 y en las siguientes décadas se revolucionó las artes plásticas con las expresiones abstractas postcubistas, los formalistas rusos, la arquitectura vienesa y el arte objeto de Marcel Duchamp, entre otras novedades, mientras en poesía surgieron después del dadaísmo y el surrealismo toda una serie de experimentaciones que dinamitaron el ejercicio poético y la escritura de ficción. Ya no se podía escribir ni pintar como antes. Y ahora ocurrirá lo mismo tras la pandemia del 2020.
Durante los llamados Años locos que transcurrieron entre 1919 y 1939 a lo largo de las dos décadas previas a la nueva guerra mundial, cambiaron las costumbres sexuales, las mujeres iniciaron su emancipación reivindicando el derecho al voto, dejando atrás los corsés y los faldones victorianos, se revolucionó la música con el jazz y otras rumbas del Music Hall, mientras la dramaturgia, el cine, la aviación, el automovilismo, las ciencias y las comunicaciones dieron un salto inimaginable.
La atropellada modernidad arrasó en esas dos décadas con un siglo de tradiciones ancladas, para volcarse hacia un futuro inevitable. Cuando llegó la nueva guerra mundial en 1939, las principales ciudades ocupadas por los nazis, como París, continuaron con su vida diaria. Bares, panaderías, mercados, prostíbulos, galerías, cines y teatros siguieron abiertos. La vida seguía aunque en las calles y oficinas se observaba en silencio a los poderosos ocupantes.
Durante esta pandemia de 2020 las ciudades como nunca semejaron territorios fantasmas poblados por espectros. Silencio total en avenidas, calles y plazas. Salvo algunas tiendas de comida y farmacias, todo quedó cerrado de repente y la gente permaneció en sus casas teletrabajando o recibiendo sin hacer nada el salario pagado por el estado para evitar que pequeñas y medianas empresas quebraran. Las obras públicas quedaron detenidas. Aviones y autos fueron estacionados. Eso ni siquiera ocurrió durante las dos mortíferas guerras del siglo XX. La actividad bélica sucedía en las líneas de frente, lejos de las principales urbes.
Ahora en 2020 escuelas, colegios y universidades cerraron. Iglesias, mezquitas y sinagogas quedaron en silencio. Gimnasios, piscinas, estadios, canchas deportivas, parques infantiles, bosques, zoológicos, museos, todo puso candado a sus puertas. Daba miedo ver las ciudades abandonadas hacia el crepúsculo. Daba pánico oir el sonido ensordecedeor de las ambulancias cuando la cifra diaria de muertos se acercaba a los mil y el número de hospitalizados graves o en reanimación se contaba por decenas de miles. Nos estremecimos cuando veíamos sacar de nuestros edificios a gente en camilllas, rodeadas por hombres trajeados como astronautas o espectros de guerra química.
Poco a poco nos adaptamos y nos concentramos en nosotros mismos mirando la calle desde las ventanas, fotografiando los crepúsculos. Leímos los libros aplazados, escuchamos músicas diversas por Youtube o radio, vimos películas inolvidables de otros tiempos. Unos enloquecieron, otros se volvieron místicos, miles de parejas se separaron, creció la violencia conyugal, los niños encerrados quedaron atrapados hasta el hastío frente a las pantallas de televisión, las tabletas o los celulares.
Poco a poco el encierro dio paso al lento desconfinamiento. A la hora de los paseos autorizados, cargados de rigurosas atestaciones del caso, salíamos a las calles y nos cruzábamos con la gente. Mujeres y hombres vestidos como nunca de manera informal, despeinados, a veces sin duchar, caminando en silencio a prudente distancia de los otros. Al principio desconfianza. Y poco a poco el erotismo electrizó el ambiente. Miradas furtivas. Solidaridad en los gestos. Conversaciones inéditas en las colas de los supermercados.
Y ahora por fin la explosión de la libertad. La gente feliz en la calle vuelve a sentir la vida. Faltan unas horas para el desconfinamiento total, pero ya se percibe una nueva moda de vestir en adolescentes, nuevas actitudes, inéditas miradas entre seres humanos. Se percibe el alba de unos nuevos Años locos como los del siglo XX, cuando la gente bailaba y reía y bebía en los cabarets al ritmo de la nueva rumba, para olvidar la guerra pasada y conjurar las futuras.
La parca se paseó por el mundo en 2020 y ahora hace mutis por un corto tiempo. El arte, el pensamiento y la literatura vigentes hace apenas unos meses pasaron de moda y envejecieron de repente. Todo ha pasado de moda. Una nueva era inédita comienza. Una era de peligros y desafíos incógnitos, pero la vida sigue. Escuchemos la Novena sinfonía, el Himno a la alegría de Beethoven. Volemos en el relámpago del tiempo.
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